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     SHAFT
     
    Estados
    Unidos, 2000  | 
    
        
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      Dirigida por 
      John Singleton, con Samuel L. Jackson,
      Jeffrey Wright, Vanessa Williams, Christian Bale, Dan Hedaya, Busta Rhymes. 
     
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    John Shaft ha vuelto.
    Había hecho su primera aparición en 1971, en plena época de
    reivindicación de las minorías, cuando el feminismo estaba en auge y los
    negros yanquis, orgullosos de sus orígenes, pasaban a llamarse afroamericanos.
    En este contexto el primer Shaft venía a romper el molde del héroe
    americano: Richard Roundtree componía a un detective negro poco
    convencional, transgresor, elegante, sexy, astuto y triunfador. Con el
    personaje convertido en ícono del orgullo negro, la película dirigida por
    Gordon Parks derivó en dos secuelas y una serie de televisión. Treinta
    años después, John Singleton trae al personaje de regreso, ahora policía
    y en el cuerpo de Samuel Jackson, cuya poderosa personalidad se impone desde
    la primera toma. 
    El film empieza con un cadáver, después que un blanco nene de papá,
    rico y racista (Christian Bale), tras provocar a un joven negro en un bar y
    ser puesto en ridículo por éste, lo mata en plena calle, salvajemente.
    Sólo una testigo ha presenciado el crimen, la camarera del bar (Toni
    Collette), quien luego de señalar al culpable huye sin dejar rastros. Shaft
    encierra a Wade, pero su dinero e influencias le permiten salir y escaparse
    a Suiza. Dos años más tarde, cuando vuelve de incógnito, Shaft, quien lo
    ha estado esperando todo el tiempo, lo arresta nuevamente. La historia se
    repite, el policía vuelve a quedar sin su presa y, lleno de rencor,
    renuncia a la fuerza. Ahora Wade decide eliminar toda prueba de su crimen y
    también a Shaft, y para eso acude a Peoples Hernández, un narcotraficante
    que tampoco quiere al policía, para que haga el trabajo sucio. Lo que queda
    por delante es una búsqueda múltiple, en la que se persiguen en cadena los
    unos a los otros, mientras la trama se va complicando y se agregan
    personajes e inconvenientes que en muchos casos no ayudan al avance
    de la acción. 
    Sin embargo, el valor del film reside en las interpretaciones, todas
    excelentes, de gran intensidad. Jackson resultaba la elección obvia para
    este Shaft del 2000, después de su experiencia en los films de acción de
    Quentin Tarantino (Tiempos violentos, Jackie Brown). Y le da a
    Shaft el tono justo para transitar el difuso borde entre la legalidad y el
    exceso, muchas veces pasando del otro lado, según el modelo policíaco que
    ya impusiera Harry el sucio. A diferencia del sexy Shaft que
    hiciera (y vuelve a hacer, ya lo verán) Roundtree, el de Jackson no se
    muestra muy interesado en las mujeres. Apenas mira a su incondicional
    compañera y elige a aquéllas que le resultan fáciles, aunque conserva
    algo de ternura para su testigo protegida (blanca). A la formidable
    Toni Collette (Velvet Goldmine, Sexto sentido) no le tocó el
    mejor papel secundario, pero saca el mejor provecho de su aterrorizada
    testigo en peligro. Shaft tiene durante su misión varios ángeles
    guardianes: uno es su tío, John Shaft. Sí, el original, nuevamente a cargo
    de Roundtree, quien le da consejos desde su larga experiencia. Otro ángel
    es su colega, la oficial Carmen Vásquez (la cantante Vanessa Williams),
    quien lo acompaña aún tras la renuncia a la policía. El tercero es Rasaan
     
     (el
    rapero Busta Rhymes), un informante marginal. Carmen y Rasaan son las dos
    caras de Shaft, su lado visible y el oculto.
    Pero quien atrae toda la atención es Peoples, el traficante dominicano y
    mafioso en ascenso, hecho por Jeffrey Wright en una performance
    personalísima: eufórico, desmesurado y brutal, con un español
    incomprensible, es una estrella y roba cámara al mismo Jackson. A su lado,
    Max es Christian Bale, quien parece seguir un poco metido en el personaje de
    Psicópata americano. 
    Filmada en Nueva York, se muestran varios barrios peligrosos y el
    actualmente remozado Harlem. Es justamente allí, en un bar legendario,
    donde se produce el homenaje a las versiones anteriores, cuando Shaft se
    encuentra con su antecesor y el director Gordon Parks, en un breve cameo. 
    La crítica social no es precisamente sutil: obviamente el crimen y la
    corrupción son moneda corriente en la policía, la Justicia y las clases
    altas. Sobre todo entre los hombres blancos, algo así como los malos de
    esta película. Shaft cumple con algunas leyes no escritas del
    thriller de superaccíon: balazos cruzados, las persecuciones de rigor, un
    dios aparte para el protagonista. A pesar de que merecía un guión más
    ajustado, está bien lograda, generalmente sostiene la atención, e incluso
    llega a un final sorprendente, poco usual en este tipo de relatos. 
    
    Josefina Sartora       
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