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    MISION:
    IMPOSIBLE 2 
    (Mission: Impossible 2) 
    Estados Unidos, 2000  | 
     
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    Dirigida por John Woo, con Tom Cruise, Dougray Scott, Thandie Newton, Ving Rhames, Richard
    Roxburgh, John Polson, Brendan Gleeson. 
     
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    Acaso no sea este un John Woo ciento por ciento
    debido a que el descollante director no tuvo más remedio que controlarse un poquito en su
    especialidad: las escenas de violencia. Pero hay que reconocer que el chino hacedor de The
    Killer, Hard Boiled y otras alhajas se ha mandado un entretenimiento
    despampanante, químicamente puro. Un recreo perfecto, rebosante de acción, suspenso,
    humor, romanticismo... ¿Se puede pedir más para pasarla simplemente muy bien, dejarse
    llevar por la diversión de la mano de este hechicero capaz de convertir un mero
    enfrentamiento entre el bueno y el malo en una suerte de danza ritual de antiguos
    guerreros, un choque de motos en una justa medieval de sostenida belleza visual? 
    Por cierto, además de adecuar el film al público
    adolescente una franja que importa más a los productores, por el dinero que pueden
    dejar en boletería, que el estilo personal de Woo, el realizador ha tenido que
    ponerse hasta cierto punto al servicio de su superestrella, el all american boy
    (como lo definió una crítica de su país) Tom Cruise. El es, por lo tanto, el héroe
    glamoroso y musculoso, valeroso y talentoso. Como un semidios de la mitología griega hace
    sus trabajos, supera todas las pruebas, escala las montañas más altas ignorando la ley
    de gravedad y emerge vencedor entre las llamas. Claro, en algún instante parece estar en
    aprietos, pero sólo para retomar el impulso y que sigan los éxitos. El agente especial
    Tom Cruise, perdón, Ethan Hunt, en lo alto de una cadena rocosa así pasa sus
    vacaciones recibe el mensaje que enseguida se autodestruye en un par de anteojos, y
    ya nadie lo puede parar. 
    El pretexto es, una vez más, un virus que ha sido robado por el villano de turno para
    comerciar con el antídoto. Pero ¿a quién le pueden importar estos comodines
    argumentales cuando detrás de las cámaras y los lentes está el maestro Woo? También
    hay una chica (la bella Thandie Newton), experta ladrona ella, a la que el requetehéroe
    aunque la ama desde el primer momento acepta enviar como carnada al malvado:
    sí, como ya ha sido señalado, la situación huele a Notorious, de Alfred
    Hitchcock, pero hasta ahí. Esta es una chica dura pero sensible que avisa: "No lavo,
    no cocino y no aguanto a bastardos descarados". Y que cumple a disgusto pero hasta
    las últimas consecuencias lo pactado. Entre el humor y el erotismo, el agente y la
    ladrona se han encontrado en Sevilla, con guitarras flamencas y bailaoras de bata
    roja de fondo. Después, cuando ella va al encuentro del villano (excelente Dougray Scott)
    del que fue amante hace un tiempo, basta que una echarpe de seda se vuele de su cuello de
    cisne negro y que él la arrebate en el aire para que las imágenes adquieran tensión y
    poesía. 
    Es que John Woo es así: apto para convertir en materia cinematográfica todo lo que
    toca, dándole relevancia y sugestión a escenas que en otras manos resultarían
    adocenadas: cuando el doctor Nikhorvich (Rade Serbedzija) atraviesa una plaza con
    importante valijín en mano, hay una ronda de niños jugando. La mirada del hombre se
    enternece y a la colorida ronda se sobreimprime fugazmente otra, en blanco y negro, que
    evidentemente alude a la infancia del personaje. Estos gestos de gran cineasta se
    multiplican y otorgan intensidad y cierto espesor a personajes y relato, incluso
    permitiéndose alguna chanza respecto del mismísimo Cruise superstar, cuando en el juego
    con las máscaras, el perverso Sean se burla de Tommy: "Cuando hice de vos me harté
    de tener que sonreir tontamente cada dos segundos". 
    Desde luego, el plato realmente fuerte se sirve en las secuencias de acción y
    violencia, particularmente las carreras de coches y motos, y el enfrentamiento en el
    laboratorio, donde Woo saca el mejor partido del cuidado diseño artístico de producción
    y de los efectos especiales, aplicados con neta eficacia. Como siempre, el director dibuja
    sus ballets (recurriendo a la cámara lenta, como sucede en la danza con determinados
    movimientos). Esta vez, como se dijo, son menos violentos y sangrientos, pero igualmente
    adrenalínicos. Y si bien es cierto que ha contado para esta nueva Misión: imposible
    con gran despliegue material y todas las cámaras posibles, el gran mérito de John Woo es
    que su evidente placer de filmar y su certero estilo visual enaltecen este irresistible
    pasatiempo. 
    Moira Soto
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