No es fácil reseñar Bailarina en la oscuridad, la nueva película
    del danés Lars Von Trier. Aunque dijéramos que él es el creador del Dogma
    95 pero en este film se aleja de la austeridad de aquellas normas; que ganó
    la Palma de Oro en Cannes cosechando amores y odios; que el film está
    protagonizado por la cantante islandesa Björk; que está filmado en video
    digital, y que es una mezcla de melodrama y musical, estaríamos diciendo
    poco. Bailarina en la oscuridad es mucho más que eso. En la
    acumulación de diferentes elementos, en la exaltación de ciertos recursos,
    en la provocación que produce el tema y el tratamiento que le da su
    director, tal vez se encuentre parte del secreto.
    Ninguna de las películas que componen la filmografía de Lars es igual a
    la otra. Casi podría decirse que se contraponen, como si de esta forma el
    realizador afirmara su postulado anterior y volviera a comenzar, a
    experimentar, a refundar el cine que propone. Aunque no abandona la cámara
    en mano, cierta crueldad morbosa y un alegato contra la pena de muerte
    llevado al extremo, Bailarina... está más cerca de Contra viento
    y marea (Breaking the Waves, 1996) que del Dogma y Los idiotas
    (Idioterne, 1998), su anterior film.
    Si el Dogma era austeridad pura, Bailarina... es puro artificio:
    cientos de cámaras, varios decorados, musicales inmersos en una trama
    dramática (y aun trágica), muertes y mucho más. Como Bess (Emily Watson)
    en Contra viento y marea, la protagonista de Bailarina... es
    una mujer sufrida y sacrificada. Y el martirio de ambas está asociado a la
    idea de santidad.
    Selma (Björk) es checoslovaca pero se mata trabajando en una
    fábrica de los Estados Unidos para salvar a su hijo. Madre soltera,
    pobre y casi ciega, junta centavo tras centavo para poder pagarle una
    operación de ojos a Gene (Vladan Kostic) que le evite la ceguera que
    hereditariamente padecerá. El problema es que tanto lo primero –que
    Selma casi no ve–, como lo segundo –que atesora dinero porque su hijo
    debe operarse– son dos secretos que ella tiene bien guardados. El trabajo
    con las máquinas de la fábrica es difícil y peligroso pero ella sabe
    hacerlo de memoria y pretende que su supervisor y su amiga Kathy (Catherine
    Deneuve) no se den cuenta de la discapacidad. La excusa para la reserva del
    dinero es que se lo envía su padre en su país de origen, Oldrich Novy.
    Lo de su padre es un invento. Pero Novy existe. Es un bailarín de viejos
    musicales como los que a Selma le gusta representar en sus ratos libres
    (hace de María en una puesta de La novicia rebelde) y ver en el cine
    (es memorable la escena en que Kathy le grafica sobre la mano a Selma los
    movimientos de los actores de la pantalla que ella no logra distinguir).
    Pero, principalmente, los musicales forman parte de su imaginación.
    Pequeña, inteligente, confiada y un poco ingenua, Selma comete el error
    de intercambiar confesiones con Bill (David Morse). Este buen
    policía del pueblo le alquila un trailer en el jardín de la casa que
    comparte con su mujer y cuida a su hijo cuando ella no está, pero tiene
    serios asuntos de dinero que resolver. A partir de allí se desencadena la
    tragedia...
    Los musicales se convierten, entonces, en un mundo paralelo para Selma,
    una lente por donde mirar, una nueva forma de ver las cosas a través de su
    imaginación. Von Trier juega con las convenciones del género y a la vez
    crea una salida para esta mujer que no la tiene. Se pasa de la
    situación más dramática a las canciones, los bailarines y las
    coreografías. Pero en Bailarina... no hay reflectores, ni escenario,
    ni orquesta. Los personajes son los mismos, las locaciones también, sólo
    que Selma imagina a todos danzando.
    En la fábrica, en las vías del tren, en el juzgado o en la cárcel,
    cualquier pequeño ruido despierta en Selma el sueño musical. Esto le
    permite crear una nueva realidad, romper con la ominosa calma de la
    oscuridad (la de su ceguera y la del mundo que la rodea), lograr evadirse o,
    quizás, quedar sumergida definitivamente. En los musicales clásicos nadie
    muere, todo brilla. Aquí, apenas es posible esbozar una sonrisa en medio de
    la angustia que genera la narración.
    Kathy estará siempre de su lado, su pretendiente Jeff (Peter Stormare)
    la rescatará en más de una oportunidad, su hijo Gene nunca dejará de ser
    el motor de su vida, pero a esta altura sabemos que Selma... El alegato
    final es feroz, como lo es siempre en Von Trier. Pero como dice el film:
    "no estamos perdidos si esta no es la última canción". Enojados
    o atraídos por Bailarina en la oscuridad, así de extremos son los
    sentimientos que despierta, lo que es seguro es que la entrañable Selma
    (irremplazable Björk) no será fácil de olvidar. Lejos, una de las mejores
    películas de los últimos tiempos.