Cuenta
      Alberto Kipnis que el primer "apéndice" del Lorraine fue el
      Loire. Una sala que se manejaba con el mismo criterio a la hora de escoger
      los films, pero incorporaba estrenos. "Había películas a las que
      los exhibidores les bajaban el pulgar y que yo luego estrenaba allí, casi
      siempre con éxito. Las alas del deseo (que fue traída por Marcelo
      Piñeyro y Bernardo Zupnik), por ejemplo, fue estrenada en el Loire.
      Recuerdo que en la función privada a los 15 minutos ya no había nadie en
      la sala, me quedé solo mirándola. Y la película se mantuvo seis meses
      en cartel. El cine quedaba donde hoy funciona el teatro Picadilly. Allí
      todavía hay una chapa de cuando di un ciclo de cine español, junto con
      Vainicoff."
      –¿En qué año comenzó a funcionar el Loire y cómo se dio la
      oportunidad de abrir una nueva sala?
      
      –En 1967, frente al Lorraine había un local que funcionaba como
      salón de baile. Cuando noté que permanecía cerrado me contacté con
      alguien del gremio del cine que conocía a los dueños, para adquirirlo.
      Ellos me respondieron que estaba loco si quería hacer un cine en un local
      de ese tamaño. Terminé haciendo una sala que en la parte de la entrada
      era también una galería de arte. Era un cine hermoso, un poco más
      pequeño que su "padre": el Loire tenía menos de 300
      localidades, y el Lorraine, exactamente 344. Hubo que construirlo de cero:
      la cabina, las butacas... estaban sólo las paredes. El primer cine no
      tenía espacio para esta propuesta de estrenar las películas llamadas
      "malditas", que hace tiempo quería concretar. Nunca me
      conformé con nada: siempre quería más, tenía deseos inagotables de
      mostrar cine, de ser exhibidor. Antes de abrir el Loire, compré el
      Lorraine en sociedad con otra gente y Aschendorf salió de la escena.
      Ninguno de mis socios estaba vinculado con el mundo del cine. Ellos
      administraban: a mí nunca me gustaron los números, así que se los
      dejaba a ellos... así me fue (risas).
      
      –¿Por qué se eligió "Loire" como nombre para el cine?
      
      –El nombre del cine fue creado por el mismo público: puse una urna
      en el Lorraine donde la gente podía sugerir un nombre "para un cine
      que iba a aportar nuevas corrientes cinematográficas". Inauguramos
      la sala con Julieta de los espíritus de Federico Fellini, con
      Mastroianni y Julieta Massina. Yo quería iniciar con una película
      argentina: El romance del Aniceto y la Francisca, de Leonardo
      Favio. La idea era clara: una sala argentina pensada para exhibir nuevo
      cine tenía que comenzar su labor con una obra del nuevo cine argentino.
      Pero no pudo ser por cuestiones comerciales; los productores pensaban que
      la cinta estaba más para el eje Libertador/Paramount, y se equivocaron:
      la película fracasó. Poco después vino una persona a ofrecerme esa
      película. Era Bernardo Zupnik, así lo conocí. Finalmente acepté
      programar la película... y fue el record de público del cine. En una
      semana –con una sala de trescientas butacas– el film reunió más
      espectadores que en todo su tiempo de exhibición en los otros dos grandes
      cines juntos (más de ocho mil espectadores). Y tuvo el récord para un
      sábado, 1922 espectadores. Las entradas se agotaban para todas las
      funciones y duró muchísimas semanas. Tuvo una media de jueves a domingo
      de tres mil personas, que era mucho.
      
      –¿De dónde salía tanto público?
      
      –Para la época en la que comenzó a funcionar el Loire ya se había
      empezado a acercar una segunda generación de espectadores. La porción de
      público que se agregó fue gente más joven, todos esos que eran
      demasiado chicos para asistir años antes. Fue por eso que pude repetir
      tantos ciclos: siempre asistía gente que veía las cosas por primera vez.
      Más que aumentar, el público variaba, se renovaba. Pero, en sus
      características, era igual al que asistía al Lorraine.
      
      –¿ Y las otras salas?
      
      –Al año siguiente, 1968, abro otra sala, el Losuar, que funcionaba
      donde hoy está la librería Gandhi. Y en 1970 el Lorange, que se
      ianuguró con el estreno de Pasión de Ingmar Bergman. Hacia 1972
      llegó el Studio, en la calle Santa Fe, y varios años después el Empire,
      en la calle Hipólito Yrigoyen al 1900... En el Lorange y en el Empire
      además de cine hice teatro. En el Lorange tuve un éxito enorme con La
      Piaf de Virginia Lago, por ejemplo. A esa sala la tuve en dos etapas:
      la sociedad que tenía se lo vendió a Carlos Rottemberg. Este lo
      explotó, luego lo alquiló y finalmente volvió a ofrecérmelo. Eso fue
      lo último que hice. De allí tuve que irme por una serie de problemas que
      no vienen al caso...
      
      –¿Qué perfil le imprimió al Losuar?
      
      –Se podría decir que era el más "liviano"de los tres. El
      Loire se había hecho pensando en un sector del público muy definido y
      acotado. Una película como Butch Cassidy era claramente para el
      Losuar, no para el Loire que estaba perfilado para otro cine, ni para el
      Lorraine, que trabajaba con reposiciones. En un momento noté que el Loire
      sólo trabajaba bien con películas de "alta exigencia", y yo no
      quería quedar encerrado en eso. La respuesta fue abrir una nueva sala.
      Además, al manejar tres cines comenzaron a agotarse las películas en el
      registro de lo que venía trabajando, así que tuve que abrir el espectro
      hacia otras corrientes, siempre bajo un lema tan sencillo como que
      "las películas fueran buenas". Para su programación era
      fundamental la crítica, se podría decir que era un "cine de
      crítica".
      
      –¿Siempre conservó eso de trabajar con gente ajena al gremio
      cinematográfico?
      
      –Hasta aquí sí. Tenía tres cines y me ocupaba de los tres. Más
      adelante tuve experiencias con gente del circuito... algo que prefiero no
      recordar. Hubo un hecho muy puntual de orden económico por el que me
      obligaron a dar participación a gente del gremio, y ese fue el principio
      del fin.
      
      –¿Qué ocurrió? ¿Cómo fue que hoy no maneja ninguna de las salas?
      
      –...
      
      –¿Quiere hablar de eso?
      
      –Prefiero que no. Prefiero no recordarlo, y sobre todo quisiera
      conservar para los lectores la imagen que hemos reconstruido hasta aquí.
      La gente involucrada en este capítulo que elijo saltear aún vive y
      trabaja, y creo que es mejor no nombrarla. Hemos hablado de cine: hemos
      dicho lo importante, lo demás es anecdótico.
      Reportaje: Máximo
      Eseverri