Ya lo dijo José Hernández: los hermanos sean unidos (y etc., etc.). Lo que
    no se le ocurrió al autor del Martín Fierro es que la frase iba a ser
    tomada tan al pie de la letra por los involucrados en el gremio
    cinematográfico. Ya en 1895 los Lumière le hacían caso, patentando el
    aparato que inició toda esta historia (y los que dicen que otros
    fueron los primeros apuntan a otros dos hermanos: los berlineses
    Skladanowsky). Los años pasaron y las duplas de hermanos realizadores
    continuaron enriqueciendo (o no, según el caso) al cine: los Taviani, los
    Coen, los Juri (por los locales Suhair y Leonardo –también conocido como
    Favio–)... los Farrelly, los Wachowsky. Una película de miedo nos
    trae a los Wayans.
    Estos tres hermanos (uno dirige, dos escriben y actúan) ya bastante
    conocidos en la televisión y el cine de Estados Unidos presentan una
    comedia que lleva la parodia al extremo. Su título ya devela uno de los
    géneros contra los cuales arremete: las películas de terror, y
    especialmente aquellas en las que las víctimas son adolescentes, como la
    saga Scream y Sé lo que hicieron el verano pasado. De estos
    films los Wayans maman la estructura. Y los defectos, claro.
    La presentación de los personajes marca el inicio de la parodia. Los
    protagonistas de Una película de miedo cargan con los
    consabidos nombres tontos de los adolescentes de este tipo de películas,
    tales como Shorty, Cindy, Doofy o Bobby, mientras que se repiten los
    estereotipos del galán, la Reina de Belleza del colegio secundario, la
    virgen sobreprotegida, el drogadicto, la caradura y el tontolón. La burla
    se prolonga con la edad de los actores –en torno de los 30– que
    interpreten a estos "adolescentes" acosados por un misterioso
    asesino que los llama por teléfono y sabe qué hicieron el... Halloween
    pasado.
    Lo interesante es que la parodia no se agota en el terror adolescente
    sino que se extiende a películas encasilladas en otros géneros y que
    fueron éxitos de taquilla en los últimos años, como el drama sobrenatural
    Sexto sentido, la de terror apócrifo El proyecto Blair Witch,
    la de ciencia ficción New Age The Matrix y el policial Los
    sospechosos de siempre. Lo divertido son algunos momentos cómicos muy
    logrados (como cuando el asesino se mete con un grupo de adolescentes endrogados).
    Lo problemático es que la gracia, que radica en el subrayado de los
    defectos o ridiculeces de todos esos títulos de fama, acaba por tornarse
    demasiado fácil, demasiado obvio.
    El sentido del humor de los Wayans forma parte de una escuela del
    grotesco que lleva a los extremos de lo desagradable algunas situaciones,
    sobre todo aquellas relativas al sexo. Parecería que en el fondo, y a pesar
    de su innegable inteligencia, estos tres le hacen lugar al conservadurismo a
    la hora de tratar ciertos temas como la homosexualidad.
    
    Una película de miedo no va a hacer historia, pero alcanza como para
    esperar con atención las próximas propuestas (que ya están en camino) de
    los Wayans. Es probable que una sorpresa aparezca en el cine de estos
    hermanos que también siguieron, sin saberlo, los consejos del Martín
    Fierro.