Director de cine, músico, entre otras dotes artísticas. Emir Kusturica es un 
    hombre que se ha hecho a sí mismo y desde hace unos años le muestra al mundo 
    de qué se trata la cultura gitana. El largometraje Underground, y más 
    recientemente Gato negro, gato blanco, le valieron reconocimiento 
    mundial.En esta ocasión, falta el grito de "¡Maradona!" que emitía uno de 
    los protagonistas de Gato negro... como festejo cada vez que ganaba a 
    las cartas. Pero la loca fiesta gitana (que se desarrolla siempre con un 
    aire a Todo por dos pesos) sigue, esta vez, en su intimidad, y con la 
    banda que Kusturica ha hecho vagar por la faz de la tierra (incluida la 
    Argentina). Super 8 Stories, más que un documental, es un pasen y 
    vean a The No Smoking Orchestra: las bromas y las risas compartidas de 
    esta banda de gitanos, pero también sus historias personales enmarcadas en 
    ciudades devastadas y divididas por la guerra y las dictaduras. Las imágenes 
    de la realidad externa pasan muy rápido y en blanco y negro por la 
    ventanilla de la camioneta que transporta a los músicos. Pero si alguien se 
    pregunta qué sostiene a Sarajevo, Belgrado, Bosnia y a muchas otras regiones 
    de la antigua Yugoslavia, aquí se puede encontrar una columna que evita la 
    caída de los edificios y las personas que las bombas dejaron enclenques.
    Adentro, cada integrante posa semi desnudo con sus instrumentos para una 
    sesión fotográfica, mientras el baterista y Emir ensayan un enfrentamiento 
    imaginario de gestos entre Bruce Lee y Chuck Norris. Uno de ellos relata 
    cómo hizo su propio estuche para el instrumento y el violinista se jacta de 
    haber grabado su primer disco a los cinco años. "¿Vos a qué edad grabaste tu 
    primer disco?", le dispara el niño prodigio al jefe de la banda. "1980" 
    es la respuesta, apoyada por una estruendosa risa que parte del resto de los 
    integrantes.
    Detalles como el acercamiento de la cámara (al mejor estilo "Telenoche 
    investiga") para mostrar cómo se le salió el hombro al guitarrista en uno de 
    los conciertos, o la reconstrucción de la juventud del ejecutante de la 
    tuba, que tocaba en funerales para poder ganarse el peso, logran mantener 
    despierto al espectador con un tema que no es nada fácil.
    El film logra entretener, adentrarnos en una música muy particular y 
    hasta maravillarnos cuando, por ejemplo, algún músico (como el guitarrista) 
    practica con su maestro: espiar esas sesiones es delicioso y ayuda a 
    apreciar con mayor profundidad estos sonidos oriundos de la ribera del 
    Danubio.