Detrás de esta 
    película hay un nombre verdaderamente legendario y ese es el de Richard 
    Matheson, autor de la novela en que se basa el film, maestro de la ciencia 
    ficción norteamericana, guionista de la magistral serie de TV "Dimensión 
    desconocida", y estrecho colaborador de Hollywood en algunas de las mejores 
    producciones fantásticas filmadas allí desde la década del '50 en adelante. 
    Una de ellas es la ya clásica El increíble hombre menguante (Jack 
    Arnold, 1954), en la que el protagonista ve disminuir su tamaño después de 
    haberse expuesto involuntariamente a una nube radioactiva y no sólo pierde 
    su trabajo, su mujer y su lugar en la sociedad, sino que debe adaptarse a un 
    gradual pero continuo cambio de perspectiva y lugar para sobrevivir a la 
    amenaza de gatos, arañas y goteras que antes no representaban riesgo alguno. 
    Otro de sus guiones fue el de Reto a muerte (Duel, 1971), 
    primer largometraje de Spielberg, en el que un automovilista se ve 
    perseguido y acosado por un camión casi diabólico que busca destruirlo 
    durante todo el film, sin que sepamos la razón de tanta hostilidad ni el 
    verdadero rostro del enemigo.
    "Soy leyenda" 
    es una novela suya que guarda estrechos puntos de contacto con los libros y 
    películas mencionados. Aquí también tenemos a un héroe que se ha quedado 
    solo, sin contacto con nadie más que un enemigo tan irracional como 
    impersonal, y en medio de un entorno que se ha vuelto irreconocible. A causa 
    de un virus manipulado genéticamente para curar el cáncer sólo ha quedado un 
    ser humano en toda la Tierra y el resto de los habitantes ha muerto o mutado 
    en criaturas peligrosas y de hábitos nocturnos. Esto hace que de día el 
    mundo entero sea un páramo y de noche un coto de caza intransitable. Las 
    imágenes de una Nueva York desierta y tapada por los yuyos son una síntesis 
    de la obra de Matheson y la más cabal expresión del alma solitaria y 
    pesimista de sus héroes. 
    
    La película 
    del director de videoclips Francis Lawrence (Constantine) tiene una 
    virtud pasajera pero innegable: luego de una secuencia inicial con Emma 
    Thompson filmada en primer plano que sirve de prólogo y explicación 
    indirecta, Soy leyenda se instala en el futuro posterior a la 
    catástrofe sin dar más rodeos, lo que provoca un impacto inesperado. En 
    lugar de la convencional progresión dramática y el abuso del suspenso para 
    conducirnos a lo que ya sabemos de antemano por la publicidad del film, se 
    nos presenta el siniestro ya consumado. No hay juego previo, no hay retórica 
    melosa, no hay crispación, no hay clímax visible. Robert Neville (Will 
    Smith) es el único sobreviviente; nadie responde a sus diarios mensajes 
    radiales, está solo en medio de un planeta devastado, de día se pasea por 
    Nueva York cazando ciervos y de noche se encierra en su casa, armada como 
    Fort Knox o el Pentágono (después del 11-S). 
    
    Hasta allí 
    Soy leyenda es Matheson puro y se podría decir que ese inicio es 
    perfecto, por lo menos hasta que aparece el primer flashback. Esto de las 
    secuencias destinadas a representar el pasado de la acción en la que 
    transcurre el film es todo un tema en la obra de Matheson adaptada al cine. 
    "El increíble hombre menguante", la novela, tenía flashbacks que, por 
    sugerencia del productor, desaparecieron de la película y ello dio lugar a 
    una narración poderosamente concentrada, cuyo avance hacia la nada no 
    se interrumpe jamás y ni siquiera se ve mitigado por el monólogo final 
    ambiguamente consolador añadido por Jack Arnold. Ignoro si en la novela que 
    dio origen a Soy leyenda también hay flashbacks, pero si es así, 
    hubiera hecho falta otro productor que los expurgara (aunque me siento 
    tentado a creer que la inclusión y disposición de los mismos es pura 
    responsabilidad de los hacedores del film). 
    
    
    El problema con estos flashbacks es que no agregan información decisiva 
    sobre el argumento o los personajes, interrumpen el clima desolador del 
    mundo en el que vive el protagonista, y están rigurosamente pautados 
    (aparecen cada veinte minutos) para chantajearnos con la exhibición de FX 
    vistosos y con una despedida menos poderosa –e infinitamente más 
    lacrimógena– que la que hasta entonces creíamos haber adivinado. A este 
    previsible ordenamiento narrativo no tendríamos nada que objetarle si 
    coincidiese con el espíritu de las ficciones de Matheson, verdaderos viajes 
    marcha atrás en la supuesta cadena evolutiva, cuya naturaleza crítica 
    evidencia, por sí misma y sin necesidad de excesos emotivos, la inutilidad 
    del sentimentalismo; viajes de un escepticismo religioso que nada tiene que 
    ver con la proliferación de símbolos bíblicos que aparecen sobre el final de 
    esta película. 
    Marcos Vieytes       
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