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    El 18 de febrero de 
    1943, Sophie y su hermano Hans son atrapados mientras reparten panfletos en 
    el campus de la Universidad de Munich, e inmediatamente arrestados. Ambos 
    son estudiantes y pertenecen a una agrupación de jóvenes llamada “La rosa 
    blanca”, una de las pocas que durante el régimen alzó su voz para oponerse a 
    Hitler. Con sólo veintiún años, Sophie es sometida a un interrogatorio y 
    condenada de inmediato a muerte junto con su hermano y otros miembros de la 
    Rosa Blanca.  
    
    Con el estreno de 
    ésta película y de La caída (realizadas ambas en el mismo año), el 
    cine alemán parece haberse dedicado a revisar esa época de su historia, una 
    de las más oscuras y terribles del siglo XX para la humanidad entera. Si 
    bien aquí hay menos lugar para la controversia, ya que Sophie Scholl es 
    considerada una heroína nacional en su país, la película explora esos 
    últimos momentos en plan de estudio profundo del personaje. 
    
    La puesta en escena 
    es austera: los escenarios son la imponente facultad de Munich y los 
    espacios de oficinas y celdas. El interrogatorio es el centro emocional de 
    la película, y está basado en transcripciones obtenidas recientemente de los 
    interrogatorios originales. Sophie Scholl, los últimos días podría 
    haber sido tranquilamente una obra de teatro: sin embargo, lo que convierte 
    a esta obra en otra cosa es la composición que Julia Jenstch (Los 
    edukadores) realiza de su personaje. A partir de una gestualidad mínima, 
    que se condice con la apuesta general del film, Jenstch despliega 
    gradualmente ante la cámara los matices de Sophie: en el duelo verbal con el 
    oficial Robert Mohr (jefe de la policía) se muestra pura pero no ingenua, 
    apasionada pero no emocional. El director Marc Rothemund (su único film 
    estrenado en la Argentina era el olvidable Hormigas entre las piernas) 
    rehúye cualquier ensayo de sentimentalismo, incluso en momentos como la 
    visita final de los padres de Sophie y Hans, o en el último encuentro con su 
    hermano. 
    
    Cuando Mohr le 
    ofrece a Sophie abjurar de sus convicciones para salvar su vida, ella –que 
    hasta entonces, sin delatar a sus compañeros, había negado todo aquello de 
    lo que se la acusaba– pasa de ser una jovencita idealista a una mujer que 
    evalúa las consecuencias de sus actos y elige convertir su muerte en un 
    gesto político de gran significado. Así también lo entienden los líderes 
    nazis, quienes deciden realizar un “juicio” público y una ejecución 
    inmediata para mostrar qué les pasa a quienes se rebelan. Después del 
    veredicto, hay un momento en que Sophie mira a sus jueces y, con voz calma, 
    les dice: “pronto, ustedes van a estar aquí, donde estamos nosotros”. La 
    historia, más tarde, le daría la razón. 
    María Molteno      
    
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