En los últimos tiempos, la crítica
      local viene repartiendo elogios al cine infantil casi sin excepciones,
      poniendo especial énfasis en los largometrajes de animación. Los más
      desaforados han llegado a proponer a este nuevo "género" como
      el último bastión del buen cine americano, apoyándose en palabras
      mágicas como libertad y esperanza. Mi postura siempre ha
      sido más escéptica, cuestionadora: hasta el momento, y a excepción de Toy
      Story y Pequeños Guerreros, que ya tienen sus buenos años,
      ningún título me había llamado poderosamente la atención. Si me
      permito este prólogo es para ubicar al lector en el escaso entusiasmo con
      que enfrenté a Shrek, pero –debo reconocerlo– el resultado fue
      proporcionalmente inverso a las expectativas. Esta película es una
      divertidísima recuperación de la fábula infantil, aunque con la debida
      actualización ideológica.
      El protagonista que da nombre al film es un ogro tan temido como
      solitario, que defiende su individualidad a rajatablas, principalmente en
      lo que a privacidad se refiere. Con carteles del tipo "Cuidado, ogro
      suelto" ha creado una efectiva barrera que lo mantiene a distancia de
      la sociedad. Y cuando un burro parlanchín intenta unírsele, el ogro
      demuestra su exaltación y rechazo con un reconocible discurso en defensa
      de la propiedad privada. Pero el burro no es el único que invade:
      súbitamente hará su aparición una muchedumbre de personajes suplicando
      alojamiento en su pantano. Ocurre que el villano de turno, Lord Farquaad,
      futuro rey del lugar, ha ordenado la expulsión de la comarca de todos los
      personajes de fantasía.
      Los exiliados no son otros que los clásicos protagonistas de las
      fábulas más reconocidas: allí están Pinocho, los tres chanchitos,
      Blancanieves y los siete enanitos, La cenicienta, La bella durmiente,
      Peter Pan y muchos más.
      A Shrek no le quedará otra que transformarse en representante de todos
      ellos y exigir a Farquaad la reconsideración de la medida, lo que, de
      paso, le permitiría volver a su antigua soledad. Pero Lord Farquaad
      necesita una princesa para desposarla y convertirse en rey, y como su
      preferida se encuentra en un castillo custodiada por un dragón, propone a
      Shrek el rescate de la bella prisionera a cambio del pedido del ogro.
      Acá desembocamos en la vieja fórmula de los cuentos de hadas: el
      príncipe azul debe rescatar a la princesa del temible dragón que echa
      fuego por la boca. Pero Shrek representa todo lo opuesto a un príncipe
      azul –modales, aspecto físico, personalidad– y la princesa y el
      dragón ocultan notorias diferencias respecto de los viejos estereotipos.
      Característica a la que tampoco escapan los reaparecidos personajes
      clásicos, que proveen al film las más delirantes y sorprendentes
      situaciones.
      El humor es el principal sostén de Shrek, y como para ilustrar
      su nivel, sólo diré que ni el insoportable doblaje chicano lo ha podido
      sepultar (a no alarmarse, que hay versiones subtituladas).
      Algunas escenas son de antología, como la llegada de Shrek y el burro
      al reino de Lord Farquaad, una especie de complejo turístico con un
      castillo similar a un rascacielos urbano. O la princesa cantando en el
      bosque hasta agudizar suficientemente la tonada para hacer que un pájaro
      (que la acompañaba con su silbido) explote literalmente y poder así
      freir sus huevos para el desayuno.
      Pero bueno, mejor no contar más nada, que esta película sí vale la
      costosa entrada.