"Sexo, pudor y lágrimas es una
    historia de enredos entre seis personajes que a fuerza de engañarse sentimental y
    sexualmente, acaban de reconocerse y perdonarse. La intención primordial fue presentar
    una historia llena de personajes interesantes, cuyos idilios y problemáticas atrapen la
    atención del espectador", dijo el mexicano Antonio Serrano, refiriéndose a su
    ópera prima como director de cine.Originalmente una pieza teatral que cosechó los
    elogios de la crítica y el público mexicanos y, al ser llevada al cine, un éxito que se
    repitió con más de ocho millones de espectadores, Sexo, pudor y lágrimas no es
    una mala película, pero dista de ser una de las buenas. Se puede decir que está en ese
    terreno intermedio, tan común, de las películas que tienen poco y nada de originales,
    tanto en el punto de vista, en la mirada del cineasta hacia su material, como en el modo
    en el que son narradas. Funciona hasta cierto punto y, después, simplemente deja de ser
    efectiva y se torna innecesaria.
    Bien podría haberse llamado Mujeres y hombres al borde de un ataque de nervios,
    dados los paralelos en el tema y en su forma, pero sin la mirada aguda y corrosiva de
    Almodóvar, sin su humor refinadamente subversivo. También, se la puede pensar como una
    versión fílmica y mexicana, por supuesto, de la conocida serie americana de TV Friends,
    pero los rasgos de estilo de una sitcom (breve comedia de enredos) bien pueden
    funcionar en el formato televisivo, mientras que el cine, aun con premisas similares,
    demanda una estructura más elaborada.
    En Sexo, pudor..., Ana (Susana Zabaleta) es la esposa insatisfecha del
    intelectual y escritor Carlos (Víctor Huggo Martín), quienes viven en un moderadamente
    lujoso departamento de la capital de México. Cuando Tomás (Demián Bichir), un amigo de
    la pareja, llega para visitarlos y quedarse con ellos por un tiempo, los problemas
    conyugales salen a relucir. Y muy pronto se arma un predecible triángulo amoroso. Por
    otro lado, en un departamento del edificio de enfrente viven la hermosa ex-modelo Andrea
    (Cecilia Suárez) y Miguel (Jorge Salinas), un publicista machista y mujeriego. Como era
    de esperar, a esta pareja también la visita un tercero: María (Mónica Dionne), ex-novia
    de Miguel, e invitada por él para, también, pasar algunos días con la pareja. Enredo
    tras enredo, pelea tras pelea, dos bandos quedan armados: hombres versus mujeres.
    Queda claro que la línea argumental tiene por finalidad revelar gradualmente los
    secretos y las pasiones, las insatisfacciones y los anhelos de los personajes. El problema
    reside en que estos personajes revelan ser muy poco interesantes. Las revelaciones y los
    secretos son pueriles y ya están muy, muy vistos en obras de otros directores. Y mejor
    vistos. En este sentido, hay mérito en el trabajo de los actores que intentan desarrollar
    más aristas que las que les ofrecía el guión. En cierta medida, logran trascender el
    texto y levantar la película. La factura técnica está... bien. Pero la ausencia de un
    autor detrás de cámaras es más que evidente, sobre todo porque Antonio Serrano tampoco
    es un director hábil para manejar los mecanismos del cine de género.
    Quizás, el mérito de la película pasa por crear un retrato verosímil de las
    relaciones entre hombres y mujeres en una sociedad patriarcal y machista. Es un valor
    temático. Pero no es suficiente para que una película funcione como tal.