La 
    trama de La secretaria se nos adelanta con osada simpleza cuando 
    vemos a Lee, loca de contenta, haciendo sus tareas laborales encadenada a un 
    hierro que se apoya sobre sus hombros y le extiende los brazos como un 
    Cristo crucificado disfrutando agónicamente. Pronto se impone el gran salto 
    atrás en el tiempo que da pie al resto del metraje, en el que se revisan los 
    seis meses anteriores a su placentero presente; una temporada que comienza 
    cuando sale de la clínica psiquiátrica en la que había sido internada por 
    conductas similares a las de la profesora de piano de Michael Haneke 
    (cortes, quemaduras, etc.). Pese a recuperar su libertad, Lee no ha cambiado 
    sus hábitos. Y como la familia no ayuda –padre alcohólico, madre 
    sobreprotectora–, buscará un trabajo que la mantenga distraída de tan 
    oscuros hábitos y entorno.
    
    La llegada de Lee a la oficina del abogado Edward Grey (Eduardo Gris, 
    en español) es análoga a la aproximación de Caperucita Roja a las fauces del 
    lobo (capucha incluida). Toda la ambientación de la oficina abreva en el 
    cine fantástico, en especial esa puerta crujiente que da al despacho del Mr. 
    Grey, muy parecida a la de aquel castillo en el que Roger Corman adaptó 
    varias Historias extraordinarias de Edgar Allan Poe. 
    
    
    Grey es lo opuesto a Lee: un sádico (aunque lleno de culpa) que disfruta 
    humillando y castigando a sus secretarias. En otras palabras, el alma 
    antitética que la muchacha estaba necesitando. No pasará mucho tiempo antes 
    que comiencen a liberar sus zonas oscuras, pero antes Grey tendrá un gesto 
    inolvidable, que le ganará el corazón de su empleada, cuando le ordena, con 
    una mezcla de imposición y afecto, que abandone esas peligrosas costumbres 
    que su cuerpo herido evidencia. Grey y Lee se comprenden mutuamente. Y cada 
    vez que él necesite una expresión de afecto, ella encontrará la ocasión de 
    retribuirle el gesto, en una actitud decididamente masoquista pero que 
    también es una desesperada muestra de amor. 
    
    
    En el film de Steven Shainberg, el tema del sadomasoquismo viene despojado 
    de la acostumbrada lección moral. Si el sistema capitalista queda 
    rápidamente ridiculizado en la relación empleada-empleador (una metáfora que 
    podría considerarse burda aunque no carece de vigencia), el director no hará 
    hincapié en este aspecto. Su interés se concentra en los sentimientos y 
    conductas de los personajes, retratados con gran cuidado y sin hipocresía. 
    Los protagonistas encuentran el amor y la felicidad en prácticas 
    generalmente esquivadas y
    
    
    temidas por la sociedad, sin que se las haga objeto de burla ni de castigos 
    ejemplificadores. Es destacable que Shainberg haya elegido el registro de 
    comedia para contar una historia así, cuando lo usual hubiera sido el 
    melodrama o el thriller. Incluso puede entreverse una satirización al tono 
    grave con que otros films han tratado el tema en los guiños 
    fantásticos mencionados más arriba. 
    
    
    No puede decirse que esta sea una película de 
    "imágenes 
    fuertes",
    porque 
    Shainberg no busca la provocación vacía ni el trato ofensivo hacia la 
    platea, sino el sinceramiento de la situación que atraviesan sus personajes. 
    
    
    Maggie Gyllenhaal cosechó merecidos premios por su actuación, y aporta los 
    mejores chistes de la película, mientras que a James Spader lo perjudica un 
    poco cierta sobreactuación. 
    
    
    La secretaria 
    es una comedia inteligente, que mantiene el interés de cabo a rabo. Y quizá, 
    el retrato más sensible del sadomasoquismo que haya dado el cine 
    independiente. 
    Ramiro Villani      
    
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