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    Tras La comunidad del anillo y Las dos torres, las dos 
    primeras partes de El señor de los anillos, Peter Jackson, su 
    director, enfrentaba la última entrega, El retorno del rey, con un 
    amplio crédito pero también con la enorme presión de culminar la trilogía 
    convirtiéndola en la gran saga de los últimos tiempos. Afortunadamente para 
    todos, Jackson lo logró. Y lo logró apelando a códigos del cine de gran 
    espectáculo que parecían extintos. 
    
    Cabe aclarar que El señor 
    de los anillos: El retorno del rey reclama, al igual que sus 
    predecesoras, más de una visión. Es que este capítulo final –en el que Frodo 
    y Sam culminan su camino al Monte del Destino para arrojar allí el Anillo 
    mientras que Aragorn, Gandalf y los demás se preparan para las batallas 
    finales en defensa de la Tierra Media– ofrece numerosísimas aristas. Suceden 
    muchas cosas en el libro, y tantas de ellas han sido transferidas a la 
    pantalla que, pese a la extensa duración de la película (unos 200 minutos), 
    varios acontecimientos han sido tratados superficialmente. No faltarán 
    fanáticos que lamenten el breve desarrollo de ciertos personajes, que lloren 
    la desaparición de ciertas escenas “fundamentales” del libro, que griten 
    contra ciertos giros que adquirió la trama en su pasaje al celuloide. (Entre 
    los disconformes ya se cuenta Christopher Lee, quien retiró su apoyo al film 
    porque Saruman, su personaje, vio reducida su presencia en la pantalla.) 
    
    Y es verdad que hay cabos 
    sueltos. Pero no son tantos, y sí muy pequeños en relación con la cantidad 
    de tramas y subtramas que se desarrollan con total acierto. Y son más 
    pequeños aun a la luz del espíritu de la obra de Tolkien, que pervive 
    intacto gracias a la mano maestra de Jackson. El retorno del rey 
    ofrece momentos memorables, como la carga de Faramir y los Jinetes de Gondor 
    (destinada a un mortal fracaso) montada en paralelo con el hobbit Pippin 
    cantando una tristísima canción en compañía de Denethor, Senescal de Gondor. 
    Batallas espectaculares, como la que transcurre a las puertas de la 
    grandiosa ciudad de Minas Tirith. Escenas espeluznantes como el 
    enfrentamiento entre Frodo y Ella-Laraña; actuaciones estupendas como la de 
    Andy Serkis en la piel de Gollum; nuevos y complejos personajes como 
    Denethor. Los personajes evolucionan de diferentes maneras (vale la pena ver 
    cómo Pippin y Merry se transforman de inocentes y pendencieros en valientes 
    y decididos hobbits capaces de cambiar el destino de muchos), la maldad y el 
    heroísmo crecen por igual y las historias alcanzan picos de máxima tensión y 
    complejidad. 
    
    Al igual que en Las dos 
    torres, el guión arranca sin “introducción recordatoria” de 
    acontecimientos, sumergiéndonos en la aventura con un prólogo que cuenta 
    cómo Smeagol se convirtió en Gollum a partir del hallazgo del Anillo. Y 
    después se toma una hora para presentar la primera batalla. Eso demuestra 
    una confianza en el espectador absolutamente inusual en el Hollywood de 
    nuestros días, que parece creer que la platea no aguanta más de cinco 
    minutos sin peleas, tiros o explosiones. Pero Peter Jackson sabe que tiene 
    una historia por contar y un público dispuesto a disfrutarla; y que ese 
    público está capacitado para entender lo que ocurre sin necesidad de 
    explicaciones estúpidas. En El retorno del rey no hay palabras de más 
    ni de menos. Y una excelente unión de los recursos técnicos de hoy con las 
    formas narrativas de ayer la convierte, en su conjunto, en un gran 
    espectáculo que se diferencia de otros tanques por su firme apelación 
    al clacisismo. Después de todo, El señor de los anillos –algo que ya 
    podemos ver como una totalidad– prueba que se puede ser moderno echando mano 
    de procedimientos considerados “anticuados”. 
    
    Sería una espléndida noticia 
    que Peter Jackson se llevase el Oscar, y que esto contagiase a otros 
    directores y productores por el bien del decaído, y casi siempre 
    insoportable, cine de primera línea comercial. La mala noticia es que ya no 
    va a haber nuevas entregas de El señor de los anillos, aunque todavía 
    quedan “El hobbit” y “El silmarillion”, los otros libros escritos por 
    Tolkien que transcurren en la Tierra Media. 
    Rodrigo Seijas      
    
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