La directora de Nada que hacer, Marion Vernoux, vuelve a estrenar en
nuestras salas, esta vez con un relato dividido en cuatro historias que
apenas se cruzan, un poco a la manera altmaniana. Las cuatro suceden
–si exceptuamos la escena de los títulos iniciales– en lo que dura un día, y
todas se inician presentando varios obstáculos para sus protagonistas. El
punto de vista de los relatos es genéricamente simétrico: dos están contados
desde las mujeres, dos desde los hombres. El tema que los contiene a todos
son las relaciones de pareja conflictuadas (las hay de larga data, las hay
ocasionales).
Marie (Hélène Fillieres),
bella y joven fotógrafa, queda embarazada en una infausta noche de sexo
pasajero junto a un hombre casado. Luis (Sergi López), conductor de autobús,
es abandonado por su mujer en plena jornada laboral. A Hortense
(Karin Virad) le surge la desesperante necesidad de engañar a su marido
cuando la deja sola por un viaje de negocios, pero la concreción del engaño
se le torna tan compleja como a Tom Cruise en Ojos bien cerrados.
Finalmente, Maurice Degombert (Victor Lanoux) es un ex-astro televisivo que
vegeta como un vagabundo entre la mugre de su departamento, pero medita su
resurrección ante un posible reencuentro con un amor de sus buenos viejos
tiempos.
Las historias se complican más y más a medida que el film avanza, pero no
abundaremos en detalles, ya que son el centro mismo de la pulsión dramática.
Desde lo estético, Vernoux se toma algunas libertades en dos historias (la
de Hortense y la de Maurice), aunque no obtiene muy buenos resultados. Como
ya lo demostró en Nada que hacer, la directora se maneja mejor en un
plano intimista, de acompañamiento tácito, limitándose a retratar los
encuentros y desencuentros de sus apasionados personajes.
En la historia de Hortense, apela a metáforas acuáticas demasiado obvias
para describir las sensaciones de la protagonista. El segmento de Maurice
mayormente cobra forma a través de viñetas fotográficas, como si el astro y
su amor juvenil posaran para las revistas del corazón, idea original
pero dislocada con el resto del film que, por comparación, tiñe a este tramo
de frialdad.
Pese a todo, Vernoux sigue demostrando talento para los pequeños apuntes.
Permanece fiel a sus personajes, los sigue de cerca y traduce efectivamente
–salvo en los casos mencionados–sus estados de ánimo a la platea,
redondeando una película que mantiene el interés de principio a fin.
Notoriamente, a Marion le va mejor
con su propio género. La ternura que extrae de las actuaciones femeninas es
uno de sus puntos más altos. Da la sensación de comprometerse, de incluirse
más en las dos historias de mujeres. Y les permite mayor libertad y pasión.
Las historias masculinas (pese al notable esfuerzo por sobresalir de Sergi
López) quedan algo relegadas, en segundo plano. Y si éstos sufren
intensamente la falta de comunicación con las mujeres, ellas salen bastante
mejor paradas. ¿Feminismo encubierto? No parece. Tal vez una mayor
comprensión proveniente de la propia experiencia.
Ramiro Villani
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