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    Tanto delante como 
    detrás de cámaras, Jodie Foster ha desarrollado una temática y un estilo 
    propios. Las historias que dirige y/o protagoniza involucran siempre a 
    mujeres que a partir de la experiencia adquieren fortaleza, como Clarice 
    Starling en El silencio de los inocentes. O madres solteras que 
    aprenden a entender el potencial de sus hijos, como en Mentes que brillan, 
    o a lidiar con todo tipo de dificultades personales, como la encarnada por 
    Holly Hunter en Feriados en familia. Incluso mujeres separadas que 
    deben defender en soledad a su descendencia contra una amenaza exterior y 
    masculina, como en La habitación del pánico de David Fincher. 
    Con 
    Plan de vuelo, Jodie profundiza su punto de vista sobre la maternidad, 
    el rol de la mujer y el choque con las figuras masculinas. Al igual que en 
    el film dirigido por Fincher, el tiempo/espacio donde se desarrolla el 
    relato es muy acotado. Este film de Robert Schwentke cuenta la historia de 
    una ingeniera de aviación (Foster) cuyo marido acaba de morir en un 
    accidente que huele a suicidio. Junto con su hija toman un avión, llevando 
    el ataúd con el cuerpo, para enterrarlo en Estados Unidos. Pero la cosa 
    realmente se complica cuando la hijita desaparece en pleno vuelo. Para 
    colmo, la niña no figura en los registros de la compañía y ningún pasajero o 
    miembro de la tripulación reconoce haberla visto. Y todos, incluido el 
    capitán del avión (Sean Bean) y el comisario de a bordo (Peter Sarsgaard), 
    comienzan a creer que nuestra protagonista está rematadamente loca y 
    traumatizada por su reciente viudez. 
    Rigurosos 
    travellings en combinación con primeros planos configuran un espacio más que 
    opresivo, en el que todos los individuos se revelan hostiles a la heroína, 
    llevando la paranoia post 11 de septiembre a su máxima expresión, con 
    pasajeros árabes (¿secuestradores? ¿terroristas? ¿culpables? ¿inocentes?) 
    incluidos. E hilvanan una narración en doble sentido, con capas 
    superpuestas, desde el punto de vista de la madre –lo que permite entender 
    su desesperación– pero sin dejar de tomar distancia, lo que corrobora en 
    cierto modo la opinión de todos los demás personajes de la película. El 
    director construye hábilmente una situación de suspenso límite, generando 
    incomodidad, cuestionamiento y empatía en el público, que será capaz de 
    dejar de lado ciertas reservas que genera inicialmente la premisa, para 
    embarcarse por completo en la propuesta. 
    
    Lamentablemente, el film no alcanza a redondear esta proposición, decayendo 
    cuando llega la hora de revelar el misterio central. Ciertos personajes, 
    como el capitán y el comisario, cambian de actitud rápidamente, sin mucha 
    justificación, y sobre el final, cuando se intenta resolver todo 
    mágicamente, el andamiaje antes creado tiende a derrumbarse por su propio 
    peso. Pero eso no opaca los dos tercios iniciales, ni la brillantez de Jodie 
    Foster, capaz de asumir con orgullo sus años (las arrugas le quedan 
    hermosas) y poner sobre el tapete sus ideas sobre la maternidad. Una 
    feminista, la señora. 
    Rodrigo Seijas      
    
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