Si la dedicatoria a Anton Chejov que
    cierra Nubes de mayo hubiera estado al comienzo del film, el director
    nos habría advertido que nos hundiríamos en un universo de angustia. De
    sombría melancolía y, por momentos, de una alegría más bien amarga. Esta
    historia de un cineasta y de la relación que establece con miembros de su
    familia a través de la representación es una película preciosa.
    Preciosa porque el director Ceylan
    maneja la cámara para regalarnos cuadros de increíble belleza,
    inteligentes (antológico el momento en que recrea el punto de vista del
    niño cuando se tapa alternativamente los ojos, y mira al padre del
    protagonista) hasta el asombro, compuestos con perfección pictórica.
    Preciosa porque la inteligencia del director se manifiesta de manera sutil
    mediante la ironía. Muestra a alguien que podría ser él, con la firme
    intención de dar vida a un film "trivial" en el que sus padres
    aparecen como actores. Pero al mismo tiempo, en el acto de mostrar, prueba
    que él puede hacer lo que su personaje no hace: prestar atención a las
    cosas verdaderamente importantes para su familia. Esas pequeñas obsesiones
    que ninguno puede quitarse de la cabeza: para el joven es Estambul; para el
    niño, la música; para su padre, el bosque; para el tío, la soledad
    después de la muerte de su joven esposa, y para su madre, él mismo. 
    Cada uno de los personajes (que
    además son auténticos familiares del director) vive tan inmerso en sus
    propias inquietudes que es incapaz de comprender al resto. Esa atmósfera de
    intimidad, y al mismo tiempo incomunicación, hace que el clima de angustia
    se mantenga durante las dos horas de la película sin que jamás llegue a
    estallar. 
    Finalmente, preciosa porque la
    representación dentro de la representación se convierte en una caja de
    Pandora en la que las interpretaciones no se agotan sino que siguen
    realimentándose hasta el infinito. 
    
    Nubes de mayo
    demuestra que este tipo de belleza cinematográfica no sólo proviene de
    Irán (es notable la influencia de la Trilogía de Koker de Abbas
    Kiarostami). Turquía también existe. 
    Eugenia Guevara     
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