Superficial, vanidosa, esclava de las relaciones públicas y de las "cláusulas de
    desnudismo" que establecen cuántos centímetros de sus nalgas podrá exhibir
    una superproducción, la diva hollywoodense Ana Scott tiene casi todas las
    características de la verdadera Julia Roberts. Exceptuando, claro está, esa
    debilidad por los "tipos comunes". O por lo menos por este inglés, William
    Thacker (Hugh Grant), del que queda prendada a poco de atravesar el umbral de la modesta
    librería que comanda en la barriada que da nombre al film. Las calles de Notting Hill
    están bellamente presentadas, al ritmo de canciones pegadizas (la banda sonora es
    absolutamente recomendable para amenizar una primera cena prometedora) que
    introducen al arrabal como una de esas pequeñas repúblicas que palpitan bajo el
    cielo londinense. 
    Lo que resta es una muy producida
    comedia romántica con todas las de la ley. A saber: besos truncos, diálogos más o menos
    afilados, complicaciones a granel y un destino manifiesto de paquete a ser cerrado con un happy
    ending. El concubino del protagonista, un galés desprolijo y esmirriado, comparte
    con la hermana y los amigos de William la tarea de provocar carcajadas. Algunas veces lo
    consiguen. Otras, la responsabilidad parece una pesada carga sobre sus espaldas. Es que la
    pareja central ha sido reservada casi con exclusividad para abonar el flanco sentimental
    de la anécdota. Es una lástima, porque el physique du rôle de Grant, esa
    perplejidad infantil, tan british, que destila como pocos, lo convierte en una
    vigorosa máscara para la comedia (recuérdense los formidables contrapuntos que animó
    junto a Peter Coyote en Bitter Moon, de Roman Polanski). La rueda de reportajes
    en la que se ve obligado a impostar preguntas de cronista cinematográfico, no obstante,
    le saca mucho jugo a su comicidad. 
    Lo sentimental, por lo demás, fue
    parido minuciosamente para atrapar al mayor número de fans de Grant y Roberts.
    Dado que esa cifra está engrosada por teenagers, no debería sorprender que los
    recursos empeñados sean igualmente adolescentes. No es que la famosa química no
    funcione Roberts y Grant hacen una buena dupla, pero lo hace a medias. En
    parte por los consabidos tics de Julia, enderezados a exhibir esos hermosos dientes en
    sonrisas que unen las orejas, que reemplazan puritanamente a los rituales más
    reconocibles del amor. No se trata de andar reclamando coitos (hay uno elegantemente
    despachado en off), pero son pocos los besos y escasa la pasión. En parte porque
    el viejo truco de dejar a la platea calentita, reservando la satisfacción para
    el final, deriva en tramos demasiado previsibles, largos. Y en vueltas de tuerca
    decididamente redundantes. 
    Guillermo Ravaschino
          |