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    Película post 11 de septiembre, fruto de la globalización: director mexicano 
    rueda un film de ciencia ficción en Inglaterra, basado en una idea de una 
    novela de P.D. James. El asunto es de tinte apocalíptico: sin que medien 
    explicaciones, hace 18 años nació el último ser humano en la Tierra (en 
    Argentina para más datos, y lo llamaron Diego). Sin niños, todo el planeta 
    ha colapsado y sólo Gran Bretaña mantiene una incierta supervivencia en 
    medio del caos, que intenta salvaguardar con una brutal represión sobre las 
    masas inmigratorias, condenadas a los campos de concentración. Apocalipsis, 
    fascismo, xenofobia y nihilismo se corresponden con una fotografía fría, de 
    tonos plomizos. En este marco, y de un modo obvio, la violencia parece ser 
    la única vía de comunicación posible. Por la cercanía temporal (la acción 
    transcurre en el año 2027), el film pretende hablar también del mundo de 
    nuestros días. 
    Theo 
    (Clive Owen), otrora activista de derechos humanos y ahora un escéptico en ese mundo sin porvenir, es reclutado 
    a la fuerza por ex compañeros suyos para que proteja a quien constituye para la humanidad una 
    salida a la esperanza: una mujer milagrosamente embarazada, que él debe 
    poner a salvo de quienes desean utilizarla con fines... non sanctos. 
    Como se ve, las resonancias crísticas y teológicas indican que el film trata 
    uno de Los Grandes Temas. Por añadidura, la única futura madre del planeta 
    es una inmigrante negra, lo que representa en Inglaterra el último escalafón de 
    la especie. 
    El 
    mexicano Alfonso Cuarón es uno de los directores latinoamericanos absorbidos 
    por las grandes productoras del Norte, como Walter Salles, Alejandro 
    González Iñárritu o Alejandro Agresti. Su filmografía es por demás 
    ecléctica: un cuento infantil (La princesita), un drama de iniciación 
    juvenil (Y tu mamá también), una adaptación de Dickens (Grandes 
    esperanzas), un capítulo de la saga de Harry Potter (El prisionero de 
    Azkabán). Este nuevo film, un thriller de ciencia ficción, no difiere 
    demasiado de otros del género que presentan la distopía de un futuro 
    cercano, como metáfora de los efectos que la acción de la humanidad está 
    operando sobre el planeta. El logro en este caso es la creación artística de 
    ese mundo al borde del abismo, fruto de un diseño de producción de Geoffrey 
    Kirkland y Jim Clay que presenta un futuro muy reconocible en las ciudades 
    de hoy, polucionadas, sombrías y violentas. La magnífica fotografía de 
    Emmanuel Lubezki, fría y lóbrega, ilustra ese mundo degradado, y el uso de 
    una precisa cámara en largos planos secuencia agrega verismo a las escenas 
    de violencia, de gran impacto. 
    Claro 
    que el film también tiene problemas: el mayor de ellos, sus pretensiones 
    exageradas. Otros: las innumerables preguntas que el guión deja sin 
    respuesta, diálogos paupérrimos, un final fallido. Las 
    actuaciones en general tampoco son relevantes, aunque con excepciones. Clive 
    Owen no está al nivel de otros films, ni parece muy convencido de su 
    personaje; la extraordinaria Julianne Moore llega para infundir vida en ese 
    mundo terminal, pero es rápida y lamentablemente eliminada. Quien está allí 
    para salvar al elenco es el gran Michael Caine, que cada día sigue creciendo 
    como actor. Suerte de viejo hippie sesentista en 2027, su personaje es un 
    acérrimo creyente en la vida, convencido de que la humanidad merece un 
    futuro. Mientras tanto, se preserva de la debacle, escondido en un bosque 
    que el caos no ha contaminado aún, escuchando música y cultivando marihuana 
    como fuente de ingresos. En cada escena de Caine, el film parece iluminarse 
    y respirar, recuperando la credibilidad que escasea en el resto del metraje. 
    Josefina Sartora      
    
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