La mujer que todo hombre quiere es una rareza por donde se la mire: 
    película americana de autoría argentina, cruza de ciencia ficción futurista 
    con comedia ligera, y una historia de amor entre hombre y robot en un 
    Estados Unidos ultrafeminista.Corre el año 2030, la presidenta 
    norteamericana niega el rumor de un affair con un jovencito. Las mujeres 
    están a cargo de todo: Estado, empresas, comercio, etc. Esta sería la mayor 
    pesadilla de cualquier machista si no faltara agregar más datos: los hombres 
    son degradados constantemente por las mujeres, que además son las únicas con 
    permiso legal para tener humanoides. Sí, robots, pero con la única función 
    de satisfacer sexualmente a sus dueñas. Sumando a esto a la superficialidad 
    y el grotesco que presenta la sociedad, este mundo es una pesadilla para 
    cualquier hombre. O mujer, ya que la directora se ubica en el sitio opuesto 
    a la celebración de lo que describe (una especie de fascismo-feminismo). 
    Gabriela Tagliavini no está en contra del feminismo, sino a favor de la 
    igualdad que el amor puede proporcionar.
    En este contexto sobrevive Guy, un empleado de una empresa de no se sabe 
    qué, en la que se la pasa inventando cosas increíbles a base de plástico que 
    la empresa ignora por dos motivos: uno, el plástico no está de moda, y dos, 
    a los hombres no se les da lugar más que como ayudantes de las mujeres. 
    Encima, Guy está harto de relaciones superficiales que no le dan 
    satisfacción (ni sexual ni sentimental).
    La solución que va a encontrar está relacionada con su obsesión por el 
    plástico. Como cantaba Charly en La máquina de hacer pájaros: "no hay nada 
    mejor que una nena de goma". Sobre todo teniendo en cuenta la evolución 
    tecnológica de la producción de muñecas eróticas del 2030 antes mencionada. 
    Entonces Guy se acerca al mercado negro de humanoides para hombres y 
    adquiere a Mary, moldeada a imagen y semejanza de su antiguo amor, que murió 
    al decirle "te amo" y que Guy recuerda en una buena cita a Ultimo tango 
    en París.
    De ahí en más, la historia de amor, incluido el anhelo de humanidad por 
    parte de la chica-robot.
    Desde los títulos iniciales (con la directora agregando su apodo detrás 
    del apellido) se indica que la película intenta alejarse de la formalidad. 
    Vestuario ridículo, personajes caricaturescos, colores vivos y fuertes y una 
    música funcional utilizada al estilo de los dibujos animados de Disney 
    moldean un tono de extremada liviandad. No hay denuncia, casi no hay mensaje 
    explícito y los síntomas del viejo cine argentino, tan lejano en espacio, 
    brillan por su ausencia. Pero tampoco aparecen los clisés del cine 
    independiente norteamericano de la factoría Redford ni de la comedia 
    escatológico-discriminatoria que tan de moda han puesto los desagradables 
    hermanos Farrelly. Lo mejor, entonces, es la originalidad del film, su 
    alejamiento de convencionalismos pasados y presentes. Y ahí nomás, las 
    actuaciones: Ryan Hurst y Daniela Lunkewitz, con sentidas composiciones, 
    salvan al film del tedio absoluto.
    ¿Del tedio absoluto? Es que en La mujer... fallan varias 
    cosas. En primer lugar, el humor –ingrediente indispensable de toda comedia– 
    no funciona casi nunca. Segundo, el contenido: la idea de que este es 
    un mundo horrible sin importar el género que lo gobierne, con el amor como 
    única salvación posible, si bien esquiva el esquema machismo/feminismo, 
    también carece de profundidad y se agota antes que el espectador se acomode 
    en la butaca.
    Finalmente: el estilo. Tagliavini hace permanentes esfuerzos por acentuar 
    el tono ligero del film, lo que al principio lo torna agradable, pero con el 
    correr de los minutos uno se pregunta cuándo va a dejar de juguetear con la 
    tontería para subir la apuesta. Esto nunca sucede. Y la impresión a la 
    salida del cine es la del irrecuperable tiempo perdido, tanto de la platea 
    como de la directora.
    Ramiro Villani