Momento crítico es una película "de terroristas
    con rehenes en avión", una subespecie del género acción/aventuras engrosada por
    una legión de títulos rutinarios. Pero la ópera prima de Stuart Baird es una rara avis,
    porque este montajista consumado (compaginó Arma mortal, Duro de matar 2 y El
    demoledor, entre otras) no se limitó a retransitar las huellas del rubro, sino que se
    valió de su armazón para insertarle un contenido original, muy por encima del promedio. 
    Nagi Hassan, un musulmán
    fundamentalista, secuestra un 747 en pleno vuelo con el fin de trocar a sus 400 pasajeros
    por el líder de su secta, preso de los norteamericanos. El hombre también lleva consigo
    una toxina mortífera que, de cualquier manera, piensa desparramar sobre las urbes
    estadounidenses. Los asesores presidenciales se deciden por una delicada opción:
    introducir de polizones en el Jumbo a los miembros de una brigada de Fuerzas Especiales
    encabezada por un consumado hombre de armas (Steven Seagal) y un civil, David Grant (Kurt
    Russell), que es analista especializado en temas de espionaje. Una serie de sorpresas
    agradables se suceden a partir de aqui. 
    La primera es la prontísima e
    insólita desaparición de Seagal durante el abordaje al Jumbo. Para beneplácito del
    público, el astro del aiki-do, ya que no de la actuación, no se volverá a pasear por la
    pantalla. Lo que sigue es una estructura minuciosamente diseñada, más deudora de los
    cánones del suspenso clásico que del decálogo de la superacción. Baird demora el
    encuentro de los héroes con los villanos mucho más allá de lo habitual. Y sostiene la
    tensión sobre la base del montaje alterno. El terreno de los militares se halla arriba y
    abajo de la cabina de los pasajeros, y está planteado como un hábitat de inacabables
    recovecos. Sofisticadas sondas de video y una serie de micrófonos convierten a la brigada
    y por extensión, a la platea en auténticos voyeurs de los
    secuestradores durante buena parte del relato. 
    Un actor de formación shakespeareana (David Suchet) en
    la piel de Hassan morigera el proverbial desprecio de Hollywood por el islamismo, siempre
    encarnado en guerrilleros caricaturescos. Incluso hay ciertos matices dentro del bando
    musulmán (que llevarán la sangre al río), mientras que un surtido combinado de
    individualidades enriquece al al bando de los buenos: el experto en computadoras
    (Oliver Platt), el estratega (Russell), el desarmador de bombas (Joe Morton), el inefable
    "militar de raza" (John Leguizamo) que, simbólicamente, se ve forzado a
    posponer la acción directa en aras de un trámite más sutil... que coincide con el de la
    película. 
    La tercera amenaza de los secuestradores, una bomba en
    la bodega del avión, le da pie a Baird para que se luzca con su antiguo oficio. Por
    momentos llega a sostener hasta cuatro secuencias terminales simultáneamente: los
    explosivos a punto de estallar, los cazabombarderos a un tris de derribar el Jumbo, la
    azafata persignándose frente al arma presta de su matador... 
    Guillermo Ravaschino       |