A Bruce Joel Rubin, oscarizado guionista de Ghost, le
    aconteció debutar como director con un bodrio  que no excluye cierta
    cuota de originalidad. A nivel argumental, Mi vida podría considerarse un
    fortísimo golpe bajo sin interrupciones. Pero para su desarrollo, Rubin decidió
    prescindir de los golpes bajos puntuales. Ahí está lo singular. 
    Bob Jones (Michael
    Keaton) es un exitoso ejecutivo que embolsa 250 mil dólares al año. 
    Cuarentón, hombre de pocas luces, con hermosa esposa (Nicole Kidman) y una 
    hija por venir, se parece al 
    ciudadano-yanqui-modelo-que-todos-deberíamos-envidiar. En otras palabras: es 
    un papanatas (no diré boludo) de proporciones. El asunto es que tiene
    los días contados por un horrible cáncer en los pulmones. La voz de la ciencia un doc
    canoso y gordo lo desahucia sin demasiadas vueltas. Más diplomática, la
    paraciencia (un oriental misticoso encarnado por Haing S. Ngor, el funesto correveidile de
    Los gritos del silencio) le diagnostica exceso de tensiones. Veamos cuáles son:
    Bob nació en el seno de una familia modesta que sigue viviendo ahí, a un par de horas-avión de
    la gran ciudad. Y hace ya tiempo que cortó amarras con los suyos, harto de 
    esos
    desharrapados que no soñaban con escalar la pirámide social. Actualmente se 
    ven muy poco
    y, dicho sea de paso, el ascendente Bob selló su desprecio cambiándose el apellido, que originariamente era
    Ivanovich. 
    Pues bien, a ese resentimiento
    aludía el paramédico nipón. Ahora Bob tiene una oportunidad de oro para 
    superarlo,
    reencontrarse con su familia (como quien dice, firmar el pacto social) y morir con la casa
    en orden. El hecho es que Bruce Joel Rubin hombre evidentemente despojado de
    vergüenza se propuso sembrar el suspense en torno de la 
    siguiente cuestión: ¿le
    quedará tiempo a Bobby para ver el alumbramiento de su criatura...? Y es el propio film
    quien se ocupará de anular la intriga a los pocos minutos de esbozarla: noche estrellada,
    Bobby que sale al balcón de un hotel pituco y eleva la vista al cielo. "Una sola
    cosa te pido, Dios: déjame vivir para conocerlo." Ahora bien, Ud. y yo 
    ya estamos convencidos de
    que Ivanovich vivirá hasta el parto... pero Ivanovich no está seguro. Entonces decide
    dejarle al crío un testimonio visual de su persona y circunstancias. Habrá que verlo, en
    adelante, con la palmcorder lista para grabar cada maldita escena de su vida. Esto
    incluirá la vieja casa de la familia y cientos de imágenes relacionadas con ese
    pasado que aún no termina de digerir. 
    Por desgracia el protagonista
    vive lo suficiente como para amortizar su videocámara con un tendal de imágenes cursis.
    Trámite al que se entrega con el mejor buen humor terminal, inacabables chistes y
    sonrisas que se esfuerzan por encarnar esos "antigolpes bajos" apuntados al comienzo 
    de esta nota.
    Nicole Kidman es un capítulo aparte, pero tan nimio que no vale la pena desgranarlo.
    Guillermo Ravaschino       |