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    Deep 
    South: 
    el sur profundo. Así se conoce a esa zona de los Estados Unidos conformada 
    por los estados que derrotados en la Guerra de Secesión construyeron el mito 
    que sobrevive a cualquier cambio y modernidad. Mito resultante de la 
    combinación de varios factores: geográficos (pantanos, terrenos cenagosos), 
    climáticos (lluvias constantes, calores insoportables), sociales (la tirante 
    relación entre negros y blancos, la disputa –primero literal y luego 
    simbólica–: libres y esclavos), culturales (el jazz, la influencia de lo 
    francés, lo español y lo africano, lo rural frente a lo urbano) y religiosos 
    (el vudú, el sincretismo). Desde la literatura de Capote, Williams, Faulkner 
    o McCullers hasta las imágenes inolvidables de Lo que el viento se llevó, 
    o la constitución del Mal en Corazón satánico, o los "sucios 
    secretitos" en Medianoche en el jardín del bien y del mal, el Sur ha 
    sabido desplegar sus misterios y atrapar en su tela de araña, construida con 
    delgados hilos que entrecruzan la razón y la creencia, a los vivos y los 
    muertos, a los miedos ancestrales y el pragmatismo. 
    
    Un mundo 
    gótico fantasmático, pero real, que La llave maestra ha sabido 
    aprovechar más que como simple decorado. Caroline Ellis (Kate Hudson) es una 
    joven de New Jersey, rubia, bella y estudiante de enfermería. Si no fuera 
    por cierta culpa que arrastra –no pudo al morir su padre estar cerca de él, 
    por tontas diferencias–, se diría que su vida es bastante normal. 
    Claro que su necesidad de ayudar a los otros (y si esos otros son gente 
    mayor, enferma, casi a punto de morir, y sola, mejor) le jugará, a la larga, 
    una mala pasada. Respondiendo al aviso de un diario que requiere una 
    enfermera tiempo completo, llega a una de esas típicas casonas señoriales en 
    Nueva Orleans (Louisiana), con un gran jardín y a la vera de un lago, 
    inmensa y más histórica que habitable. Ben (John Hurt) ha sufrido un ataque 
    que lo ha dejado inmóvil, sin habla y más muerto (por lo menos de miedo) que 
    vivo, hecho que su esposa Violet (Gena Rowlands) se niega a aceptar, así 
    como cualquier ayuda externa. Convencida por Luke (Peter Sarsgaard), su 
    abogado testamentario que también anda por allí, intentará convivir en su 
    hogar con la joven, para lo que le entrega la llave del título que abre 
    todas las puertas, o al menos eso se supone. Con el paso del tiempo y el 
    transcurrir de la trama, la vieja casa develará sus secretos que mezclan 
    hoodoo (una versión no religiosa del vudú), conjuros diabólicos, 
    reencarnaciones y sacrificios humanos. 
    
    Entretenido y 
    con actuaciones que cumplen su cometido (se destacan Hurt y Rowlands, 
    mientras Hudson pasea su belleza arriesgándose a nuevos roles), este film de 
    suspenso psicológico peca de ciertos toques modernosos que su 
    director Iain Softley (K-PAX, Las alas de la paloma) imaginó 
    para la puesta en escena y los encuadres (múltiples planos desde el ojo de 
    la cerradura, tomas desde ángulos aberrantes, aceleraciones en las imágenes 
    del pasado –que más que terror provocan risas–, etc.), innecesarios y, 
    paradójicamente, anticlimáticos. 
    
    Nada será lo 
    que parece (aunque todo resulta bastante previsible desde el primer momento) 
    y ciertas vueltas de tuerca en el guión pergeñado por Erhen Kruger (el mismo 
    de La llamada) permiten llegar a destino tras una última media hora 
    de corridas, violencia y magia negra. Además de usar todos los tópicos del 
    género: el ático oculto e inaccesible, las puertas cerradas, los fantasmas, 
    la protagonista indefensa, la mansión alejada y solitaria, que no siempre en 
    la acumulación suman. 
    
    Quizá la 
    lectura más interesante que depara la película tenga que ver con cierta 
    duplicación en espejo (en un film donde se encuentran prohibidos) de la 
    posición del espectador en la protagonista. Caroline, como nosotros, debe 
    suspender el raciocinio para creer en hechos, lo menos, extraños. Unica vía 
    de entrada en el mundo sobrenatural que se le (nos) plantea, pero, a la vez, 
    creer la (nos) vuelve más vulnerable(s) y susceptible(s) de acabar 
    enredada(os) en la trama con los peores resultados. Que a la postre son los 
    mejores: ni final feliz de la historia, ni frío distanciamiento para con el 
    producto de parte del público. 
    
    Por otra 
    parte, y sin ser su intención, La llave... nos muestra, como un 
    documental, las, tal vez, últimas imágenes de una ciudad que, hoy por hoy, 
    Katrina y Bush mediante, se encuentra arrasada y bajo el agua. 
    Javier Luzi      
    
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