Ante la avalancha de películas infantiles provenientes de otras grandes
      empresas (como Spirit de DreamWorks), Disney demuestra por qué
      todavía sigue siendo el rey de la animación. La clave es su capacidad de
      renovación permanente. Cuando los demás imitan su clásico estilo, el
      estudio del ratón Mickey es capaz de parodiarse a sí mismo, tomando
      además elementos de otros mitos cinematográficos.
      El mejor ejemplo de este nuevo método de supervivencia frente a la
      competencia es Lilo y Stitch, el último producto de animación
      tradicional (es decir, no realizado íntegramente por medio de
      computadoras) salido del horno del tío Walt. El film trata básicamente
      de lo siguiente: el encuentro entre una niña hawaiana llamada Lilo y una
      criatura extraterrestre perdida en la Tierra. La vuelta de tuerca tiene
      que ver con el hecho de que el alienígena no es precisamente un
      corderito. En realidad babea como Alien y el Pato Lucas juntos; es
      astuto como Bugs Bunny; inteligente y perverso como los Animaniacs;
      maleducado como Bart Simpson; rematadamente loco como Fenomenoide y
      sediento de destrucción como Godzilla y King Kong. Es un experimento
      genético creado ilegalmente por un científico trastornado con el único
      propósito de sembrar el caos, y escapó de su planeta. Y para colmo, la
      bestia se encuentra en una remota isla del Pacífico, a más de mil
      kilómetros de cualquier ciudad.
      Pero Lilo decide adoptar a esa cosa... bicho... ente... flagelo de Dios
      o como quieran llamarle, y lo bautiza Stitch. Lilo también es como un ET
      en su propio planeta; la vida es dura para ella. Sus padres han muerto y
      su hermana se encarga de su educación pero enfrenta todas las
      dificultades imaginables, incluido un inspector del Servicio Social (en
      realidad parece de la CIA) que la sigue permanentemente. A todo esto se
      suma Stitch con su manía destructora, fomentada por ese inventor que
      ahora intenta atraparlo. Una manía que, a su vez, se irá apagando en la
      medida en que el alien se vea reflejado en Lilo. Tanto él como la niña
      son incomprendidos por sus semejantes, quienes los ven como seres
      extraños. Y aquí es donde reside el gran mérito de la película, que no
      teme tratar el rechazo de manera seria y madura, a pesar de estar
      destinada al público infantil (al que nunca subestima). Tampoco precisa
      baladas cursis para dar a entender los sentimientos de los personajes. Las
      imágenes y el tono triste de las canciones de Elvis Presley lo dicen
      todo. Un aura melancólica atraviesa el film de punta a punta, en paralelo
      con una comicidad ácida y explosiva; entre una y otra se establece el
      equilibrio de la trama.
      
      Lilo y Stitch no deja de ser una película familiera, pero
      no en estilo institucional sino grupal. Lo que se termina
      "extrayendo" es la necesidad imperiosa de unirse frente a las
      dificultades y no abandonar nunca al ser que se ama. O como dirían Los
      Tres Mosqueteros: "Uno para todos y todos para uno". La
      producción aporta, en consecuencia, un granito de arena al punto de
      inflexión que marca el inicio de una etapa más madura en la animación
      tradicional.
      El afiche publicitario del film muestra a Stitch rodeado por buena
      parte de los famosos personajes de Disney (la Bella y la Bestia, Alladin,
      Simba, etc.) mirando con cara de pocos amigos al bizarro espécimen. El
      eslogan reza: "pasa en las mejores familias". Era hora. El mundo
      infantil anhelaba el nacimiento de una oveja negra. Esperamos muchas más.
      Rodrigo Seijas