Infidelidad podría tranquilamente ser parte de esa clase de
      películas que un espectador experimentado rechazaría de antemano.
      Del culpable de Atracción fatal y 9 Semanas y media, Adrian
      Lyne, y estelarizada por el casi siempre inerte Richard Gere, las tenía
      todas puestas para convertirse en un bodrio. Y más de una vez amaga con
      tomar esa senda. Pero atención, a tenerle un poquito de paciencia, que se
      trata de una de las mayores sorpresas del mainstream americano en los
      últimos tiempos.
      Basada en Las infieles (Claude Chabrol, 1968), la historia se
      adivina por el título: Connie, una mujer casada y con un hijo, se ve
      envuelta en un affaire con un muchachito francés y en determinado momento
      Edward, su marido, empieza a sospechar.
      Empecemos por decir que el otrora director descartable ha evolucionado
      para bien. Desde el comienzo se percibe la capacidad de Lyne para la
      puesta en escena y la acertada elección de Diane Lane (muy bien
      conducida) para llevar la historia a buen puerto. Actriz bella y
      talentosa, su rostro se acerca a la imagen estereotipada de una mujer
      común de clase media alta, dando el paso de la juventud a la madurez.
      Lyne la ubica en el centro de la trama y de la narración. El primer acto
      describirá entonces el anunciado romance extramatrimonial, pero haciendo
      especial hincapié en la disputa interior de Connie, que se debate
      constantemente entre el deseo y la culpa. Segundo sacudón de
      expectativas: el sexo es algo secundario en esta nueva faceta de Adrian
      Lyne.
      Como era esperado, Richard Gere descubre la verdad. (En este punto es
      imposible no revelar ciertos detalles de la película, por lo que si el/la
      lector/a no la vio, recomiendo saltear este largo párrafo y retornar a
      él cuando la haya visto, ¿trato hecho?). Una peligrosa secuencia nos
      hace sospechar que todo se encamina hacia una segunda Atracción fatal:
      una amiga de Connie le advierte que todos los affaires terminan mal, al
      tiempo que la historia se acerca cada vez más a la convención banal. Y
      llega el supuesto golpe bajo: Edward se presenta en casa del francesito...
      y lo asesina. Mientras el espectador putea mentalmente, la trama avanza
      rápidamente por las escenas conocidas: ocultamiento del cuerpo, tambaleo
      emocional del asesino, policías merodeando y, finalmente, el momento en
      que Connie se anoticia. Esta escena es soberbia. Connie interroga a Edward,
      del cual sólo vemos una sombra amenazante. Súbitamente, Edward reacciona
      con insultos y lágrimas, amenaza de muerte incluida. Pero una de sus
      frases despierta la atención, algo así como "Yo dejé todo por esta
      familia y tú lo arruinaste todo". Por más que suene convencional,
      es el verdadero centro de la narración y no contiene moralina alguna. Es
      en ese momento cuando los pequeños detalles sugeridos a lo largo de la
      película se condensan, habilitando una mirada distinta. Las rutinas de
      los personajes, sus problemas de comunicación, cierta explicación de un
      despido, el porqué de la infidelidad de Connie y de la locura de Edward:
      los apuntes de una sociedad angustiante en la que el individuo queda al
      margen del placer y se abandona ante las exigencias sociales y
      económicas, y en la que la soledad o el desamparo están a la vuelta de
      la esquina. Cualquier bodrio hubiera conducido a Edward a intentar
      asesinar a su esposa, que lo hubiera matado en defensa propia, víctima de
      su accionar pecaminoso, advirtiendo burdamente a la platea femenina como
      Lyne lo hacía en Atracción fatal (con los géneros invertidos).
      Pero Infidelidad se permite aún varios minutos reveladores,
      manteniendo a rajatablas el perfil psicológico de sus protagonistas y
      dejándolos soñar por un momento (el extendido instante que demora un
      semáforo en pasar de rojo a verde) con vidas alejadas de toda carga
      moral... esa que el propio Hollywood proyecta permanentemente.
      Quien haya aceptado el trato sugerido al comienzo del párrafo
      anterior, imagínese una descripción de las vueltas de la historia con la
      intención de probar que lo que parecía un producto del montón es una
      muy buena película que escapa al desarrollo habitual, especialmente de
      los films protagonizados por Gere. Pero mi entusiasmo no es tan inmenso
      como para ocultar la inexpresiva performance del divo. Sólo voy a decir
      que aquí se lo soporta por dos razones: pierde mucho protagonismo en la
      primera mitad y cuando lo recupera no se le exige demasiado. Olivier Martinez
      acompaña con mejor suerte –en la ficción y como actor– el brillante
      trabajo de Diane Lane.
      
      Infidelidad prueba que no todo está perdido, y que si lo está
      (como lo estuvo Lyne), siempre puede recuperarse. Véase, compruébese.
      Ramiro Villani