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      “No sé si prefiero días 
    iguales o días distintos, ya guardé el instinto asesino en un cajón”, dice 
    Andrés Calamaro en su tema Días distintos. Algo parecido les pasa en 
    un principio a Bob Parr y su esposa Helen en Los Increíbles, la 
    última joyita de Pixar. Ex superhéroes condenados a una existencia gris, a 
    trabajos rutinarios y a esconder sus disfraces en algún baúl del sótano de 
    su casa. Es que el Estado decidió incluirlos en un programa de protección de 
    identidades luego de que los ciudadanos comenzaran a demandarlos 
    judicialmente por sufrir diversas heridas cuando los héroes les salvaban la 
    vida. Cualquier similitud con la ingratitud que se tiene a veces hacia los 
    ídolos populares no es mera coincidencia. 
    Si bien 
    Los Increíbles pinta con humor las desgracias de esta familia demasiado 
    grande para el chato urbanismo, no es el humor lo que la transforma en una 
    película interesante. Es decir, si esperan matarse de risa como con Shrek, 
    no hallarán aquí su película. Lo gracioso en el film dirigido por Brad Bird, 
    productor de "Los Simpson" y director de otra animada como El gigante de 
    hierro, pasa por la sutileza, por el trazo fino para retratar a 
    personajes. Y como en la serie animada de los amarillos de Springfield, la 
    representación de la familia y su modernización es lo que importa. También a 
    la manera de Mini espías, la saga creada por Robert Rodríguez, el 
    núcleo familiar es puesto en observación para readecuarlo a los tiempos que 
    corren a través de la aventura. 
    La familia 
    Parr entonces se compone de Bob, un hombre con fuerza descomunal; Helen, 
    mujer elástica, y los hijos Dash, que corre a la velocidad de la luz, y 
    Violet, quien tiene la capacidad de hacerse invisible. Además está el 
    pequeño bebé de quien se desconoce poder alguno. Todos ocupan una típica 
    casa de suburbio estadounidense mantenida por el trabajo del padre en una 
    compañía de seguros. 
    Esta 
    primera parte del film es por lejos la mejor. Allí asistimos a una serie de 
    situaciones en las que la monotonía le gana a personajes que están para 
    cosas grandes, lo que en esta historia equivale a salvar el mundo. Es así 
    como a la mujer elástica no le alcanza su elasticidad para contener a sus 
    hijos, que se pelean utilizando sus poderes, mientras Bob asiste azorado sin 
    lograr controlar la situación. Es decir, pequeñas bombas atómicas apenas 
    utilizadas para destruir las comodidades del hogar. 
    Los 
    protagonistas son expuestos lúcidamente en toda su mediocridad: Bob Parr 
    conduce un ridículo auto que le queda tres números más chico y 
    trabaja en una oficina opaca y sin luces; Helen se siente cómoda en su rol 
    de ama de casa y resulta una mujer demasiado flexible; Dash es el 
    único que parece divertirse con sus poderes pero sólo los usa para hacer 
    maldades; mientras que Violet es la adolescente tímida que se esconde detrás 
    de su cabello y aprovecha su invisibilidad para escapar del chico que le 
    gusta. Por su ternura y humanidad, este último resulta el personaje mejor 
    desarrollado. 
    Pero lo que 
    pondrá en marcha la aventura será una intrigante llamada que convocará a Mr. 
    Increíble a una isla para combatir contra una peligrosa máquina. Como el 
    Hulk de Ang Lee, Bob Parr se sentirá feliz cuando tenga la posibilidad 
    de utilizar su fuerza bruta. Se liberará de las garras de la sociedad 
    abúlica y estará otra vez en el camino. Así es como baja esos kilos de más y 
    le dice a su esposa que sigue en la aseguradora, cuando en realidad ha sido 
    despedido y ahora se halla realizando peligrosas misiones para una 
    misteriosa empresa, tras la que se esconde su némesis, el necesario villano 
    de este tipo de historias. Esto pondrá en el ruedo no sólo al padre, sino a 
    la mujer y a los hijos, definiendo a Los Increíbles como una película 
    de aventuras. 
    No 
    obstante, la referencia a las relaciones familiares estará siempre presente: 
    Helen y Bob se harán reclamos constantemente, los hermanos se pelearán por 
    nimiedades. Pero claro, a la hora de sobrevivir, "juntos somos 
    indestructibles", como se oye en boca de uno de los personajes. Allí se 
    resume la clave del film: la familia puesta en crisis (en este caso una 
    familia de superhéroes, lo que es toda una crisis) para salvarla no ya como 
    la representación tradicional y conservadora, sino como la más moderna de 
    las estructuras: cada cual opera como un engranaje necesario para una 
    máquina en perpetuo movimiento. 
    El mensaje 
    que deja Los Increíbles es el de la liberación, y lo hace con una 
    alegría constante y sin caer en excesos de sentimentalismo. Si bien se 
    extraña la melancolía de Monsters Inc., la ternura de Toy Story 
    y la gracia y emoción de la inigualable Buscando a Nemo, el film de 
    Brad Bird se presenta como el más extraño y arriesgado producto de Pixar. 
    Extraño porque ubica un drama familiar en el contexto de un film de 
    aventuras animado, y arriesgado porque huye constantemente de la fórmula del 
    gag efectista y del aprovechamiento del miserabilismo del héroe caído en 
    desgracia, que le hubieran aportado mayor caudal humorístico. El film tiene 
    puntos de contacto con Belleza americana, pero mientras el personaje 
    de Kevin Spacey nos hablaba de lo bien que la estaba pasando como muerto, 
    aquí se opta por la exposición de la grandeza y el heroísmo como 
    contrapartida de la mediocridad ambiente. 
    Si bien es 
    verdad que las secuencias de acción pueden terminar hastiando y 
    transformando la película en "una más de acción", el ya clásico ingenio de 
    la gente de Pixar para generar ideas novedosas alrededor de los mundos que 
    crean siempre la salvan. Los Increíbles, por otra parte, mezcla 
    referencias cruzadas al mejor cine de aventuras, de Indiana Jones y Star 
    Wars hasta las películas de James Bond, pero sin utilizar la parodia de 
    escenas. Se aprovecha de sus estructuras, sus formas y sus mecanismos. 
    Los Increíbles, por esa intertextualidad que maneja con soltura, resulta 
    un film adulto y no por eso destinado a los chistes de doble sentido. No 
    obstante, Helen Parr en algún momento se mirará al espejo y sentirá muy sexy 
    bajo su nuevo traje de superheroína. 
    Párrafo 
    aparte merece el doblaje con el que se estrenó el film en la Argentina. 
    Estas líneas serán leídas en otros países, donde el film tendrá otras voces, 
    por lo que no me detendré demasiado en este asunto excesivamente localista. 
    La idea de doblar con personalidades de la televisión y radio de este país 
    no era mala a priori, pero la utilización excesiva de latiguillos como 
    "che", "joya" y demás genera una distorsión entre film y espectador que por 
    momentos resulta tediosa. Digámoslo de una vez: quedó horrible. 
    Sin 
    embargo, volviendo a la obra en sí, hay que decir que a esta historia, en 
    otro contexto, ya la había narrado James Cameron hace poco más de 10 años en
    Mentiras verdaderas. Allí también la familia era puesta en riesgo y 
    sólo el trabajo en equipo, sin orden de escalas ni jerarquías, y con la más 
    pura intención de divertirse, era lo que la salvaba. Por cierto que Los 
    Increíbles no hará olvidar (y por momentos verdaderamente hace extrañar) 
    a los productos Pixar mencionados anteriormente. Pero la personalidad 
    arrolladora que posee, la energía que proyecta y la libertad que respira 
    resultan algo poco habitual en el cine de hoy, tan contaminado por la 
    moralina conservadora. Es esta una encantadora fábula de recomposición 
    social, envuelta en un "simple" film de aventuras. Cuando termine la 
    película, Bob Parr y su familia ya sabrán que prefieren días distintos. 
    Mauricio Faliero      
    
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