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    Las imponentes producciones, los virtuosismos digitales y los 
    grandes-combos-de-megaestrellas han dejado de ser patrimonio exclusivo de 
    las películas provenientes del norte californiano. Antecedida por el estreno 
    en 2001 de la multipremiada El tigre y el dragón, Héroe 
    aterriza en las salas de Buenos Aires con vuelteretas, levitaciones y 
    patadas para el empalago y con un despliegue visual que te-pasa-por-arriba. 
    Debut en 
    el cine de artes marciales del festivalero Yimou Zhang (un oso de 
    oro, dos leones de oro, una cantidad de galardones en Cannes y Cía.), 
    Héroe presenta con cuestionable ideología la conformación del primer 
    imperio chino allá por el siglo III a.C., cuando la tierra de Mao estaba 
    dividida en siete reinos que se peleaban (y mucho) entre sí. Lo hace a 
    través de una narración principalmente delegada en un anónimo asesino (Jet 
    Li, el héroe en cuestión) que llega al palacio del rey de Qin (uno de los 
    reinos combatientes) jactándose de haber asesinado a sus tres más temibles 
    conspiradores (Donnie Yen y los impecables Tony Leung y Maggie Cheung). Sus 
    respectivas armas introducen la tríada de flashbacks que hará de 
    esqueleto del film: se trata de diferentes versiones (contradictorias ellas) 
    de las aventuras de Jet Li. 
    Si esto 
    nos remite necesariamente a las andanzas de Toshiro Mifune en Rashomon 
    (1950, Akira Kurosawa), es quizás útil ver a la luz de esta película la 
    estructura narrativa del film de Zhang: Rashomon utiliza los 
    diferentes relatos de un mismo hecho introduciéndolos desde diversas 
    subjetividades que inevitablemente dan su verdad de los hechos; éstas 
    versiones se inscriben en un cuestionamiento acerca de las verdades 
    unívocas, en una no-clausura que superpone visiones sin optar por ninguna 
    (sin poder hacerlo). Es en esta no-clausura que se funda el interés de cada 
    uno de los relatos, de la utilización del recurso y del film como un todo 
    formal-temático. 
    En 
    Héroe el recurso se utiliza en sentido contrario: los tres relatos no 
    oponen subjetividades y versiones que se afirman como ciertas para revelarse 
    contradictorias en su convivencia. Sinnombre (Jet Li) se presenta como el 
    portador de la verdad, y las sucesivas narraciones (dos a su cargo, otra a 
    cargo del rey y una cuarta a cargo de Tony Leung) evolucionan –cosa que 
    nunca sucede en Rashomon– hacia esta verdad unívoca, que se completa 
    progresivamente: se trata de relatos que se suman y restan hacia una 
    objetividad y que coquetean con ella en todo momento. Si en los relatos de 
    Kurosawa el enunciador se hace presente en su visión de los hechos 
    –afirmando así el carácter sesgado de la misma–, en los de Yimou Zhang el 
    narrador desaparece y la narración siempre construye una pretendida 
    objetividad: Sinnombre, Espada Rota (Tony Leung) y el rey de Qin (Daoming 
    Chen) se pierden en sus relatos, que podrían intercambiarse. (No se intenta 
    afirmar con esto que aquellos relatos en los que la subjetividad se hace 
    presente son intrínsecamente más interesantes que aquellos que buscan 
    borrarla, pero en los tiempos cinematográficos que corren siempre es más 
    emocionante –y refrescante– un relato en el que respira un personaje que 
    aquel basado en la sorpresa de una única verdad esquiva 
    revelada-a-último-momento: el paralelo que establece Horacio Bernades –en 
    "Página/12"– entre el Sinnombre de Héroe y el Verbal Kimt de Los 
    sospechosos de siempre es sugestivo en este respecto.) 
    
    Aclarando el asunto: para quien escribe, el uso que hace Rashomon de 
    los raccontos divergentes sobre un mismo hecho es conceptual y 
    cinematográficamente más interesante que el uso que le da al mismo recurso 
    Yimou Zhang en Héroe. Pero no se trata aquí de una valoración 
    comparativa ni de empequeñecer la película a la luz (o a la sombra) de la de 
    Kurosawa. La historia que se cuenta en Héroe no da lugar (ni tiene 
    por qué darlo) a la propuesta temática-formal de Rashomon: aquí no 
    hay muchos testigos o protagonistas sino un protagonista que hila su (la) 
    verdad con su discurso; también en este caso hay una propuesta en la que lo 
    formal se funde con el plano del contenido: el matiz aditivo-sustractivo que 
    le da Zhang al uso de los flashbacks no se limita a un elemento 
    estructural o a una elección narrativa; la postura del film ante la 
    construcción de un discurso y su legitimación e imposición se refleja en (y 
    es coherente con) el desenlace temático de la película y tiene claras 
    proyecciones ideológicas. Los relatos, ya se dijo, se acumulan; no lo hacen 
    aleatoriamente: la primera de las narraciones nos presenta a los asesinatos 
    llevados a cabo por Sinnombre fetichizados; el espadachín niega la 
    carga ideológica de sus actos alegando una especie de obediencia debida al 
    rey. A este flashback le sucede –en el mismo registro objetivo– el 
    que va a relatar el líder Qin; en este caso los actos del personaje de Jet 
    Li se tiñen de una hipótesis conspirativa, se llenan de una ideología 
    revolucionaria que cancelará la versión anterior. Finalmente el protagonista 
    nos revela –e impone– la verdad: la conspiración es puesta en duda por un 
    ideal superior; el nacionalismo de Espada Rota –uno de los (ex) 
    conspiradores– cambia las cosas y suspende el desenlace. Se trata nuevamente 
    de una obediencia debida, pero llena ahora de ideología: el sacrificio del 
    héroe (y de muchos otros) en beneficio del unicato imperial. 
    
    Oponiéndose a Rashomon, Héroe se maneja con la univocidad 
    de la verdad: no es incoherente, todo panfleto político debe esgrimir una 
    verdad y basarse radicalmente en la conclusividad y clausura de la 
    misma. Y el discurso que se impone en los sucesivos relatos es justamente el 
    discurso de la autoridad, del autoritarismo, de la homogeneización de 
    lenguajes y pensamientos en aras de un nacionalismo pedante y asesino. 
    Parando 
    el balón: ¿opacó esta poco feliz ideología los noventilargos minutos de 
    estilizadísimas batallas aéreas y colores-por-doquier? Héroe, de la 
    mano de la implacable fotografía del amigo Christopher Doyle (que ya nos 
    pasó el trapo con las pelis de Wong Kar-Wai), despliega un festival 
    cromático en cada uno de los mencionados flashbacks. La dupla 
    Zhang-Doyle elige primero el rojo, después el azul y –pasando por el verde– 
    finalmente el blanco para componerlos en cada relato con el ocre de los 
    monstruosos paisajes desérticos. A esta estética preciosista que redobla en 
    todo momento su apuesta y parece no parar nunca se suman 
    escenas-de-combate-cuerpo-a-cuerpo que dejan bien chiquitas a las de El 
    tigre y el dragón. Si Héroe no emociona por su narrativa ni a 
    través de sus bidimensionales protagonistas, lo hace (como pocas) con la 
    fuerza cinematográfica de estas peleas: a un montaje a toda máquina y 
    encuadres que pasan de la armonía oriental al mejor desparpajo de 
    superacción, Yimou Zhang le suma un tratamiento digital que conmueve. Espada 
    Rota y Sinnombre a los saltos por el verde de un lago edénico, una Maggie 
    Cheung naranja dando vueltas entre cantidad de (muchísimas) flechas que la 
    acosan, Sinnombre atravesando cuantiosas gotitas o jugando al ping-pong con 
    una sola, duelos rojos entre el amarillo saturado de hojas voladoras que 
    al-final-también-se-ponen-rojas-y-no-lo-podés-creer: Héroe proyecta, 
    sin lugar a dudas, las imágenes más despampanantes de los últimos tiempos. 
    Entonces: ¿se ve esta felicidad opacada por el discurso videliano del 
    film? No, definitivamente. Pero ojo al piojo: la discusión en torno del 
    choque entre la belleza formal y los contenidos dudosos requiere otra 
    extensión y no nos vamos a poner a desarrollarla ahora; el nombre de Leni 
    Riefenstahl (como insinúa el crítico de "Village Voice") señala otro punto 
    de partida. 
    En 
    épocas en que los grandes tanques norteamericanos acaparan taquillas y 
    territorios en las más diversas regiones del planeta, aparece un tanque 
    asiático (de los cinematográficos, claro) que utiliza las mismas armas que 
    aquellos. Y sí, Mao nos dejó hace rato y hoy en día es globalízate o muere:
    Héroe necesita la maquinaria de Hollywood para llegar a la punta de 
    la taquilla norteamericana y de las megaescenas digitales para convertirse 
    en la más taquillera –y costosa– película en la historia china (aunque hay 
    que ver si le gana a Titanic); de hecho utiliza a muchos de los 
    hombres que digitalizaron, entre otras, a El día después de mañana, 
    la saga de Matrix y las mismísimas Star Wars. Yendo al punto: 
    mucha mucha gente vio Héroe y eso –con los gobiernos que corren– no 
    es de lo más auspicioso. No se trata de oponerse a este estado-de-las-cosas 
    desde un dogmatismo globalifóbico, bienvenidos sean los tanques asiáticos; 
    el problema está en que se utilizan las masivas armas de los grandes 
    estudios para traernos más de una ideología patotera que ya cansa. Héroe 
    –como Bush-Bin Laden, como Videla– cree en una sola verdad, caigan quienes 
    (y cuantos) caigan. Claro que ellos nunca lograron ponernos coloridamente 
    felices. 
    Tomás Binder      
    
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