Otra de monos, en esta temporada de verano. Pero cabe aclarar que en esta
    ocasión no se trata de chimpancés mostrando las destrezas y monerías
    típicas de Hollywood, sino de un híbrido entre documental y narrativo de
    origen francés. Fred Fougea es un director interesado por los animales,
    estrellas de varios de sus cortos premiados previos a Hanuman, su
    primer largometraje.
    Basado en el mito hindú del rey mono Hanuman (en algunas versiones
    mitográficas, Hanumat), Fougea filma un documental sobre un grupo de
    macacos del sur de la India, y lo desarrolla en simetría con una historia
    humana. El personaje de Hanuman ha sido tratado repetidas veces por la
    fecunda cinematografía india, pero como es habitual, nada de ella llega
    hasta nosotros.
    Según la leyenda, Hanuman –o Hanu– se enamora de la hija del Rey
    mono Colmillo Largo, quien no acepta que su princesa corretee por árboles y
    rocas con un individuo de clase social inferior. Los enamorados huyen del
    control paterno, mientras la amenaza del poderoso los persigue a todas
    partes. La cámara sigue a los protagonistas de esta tragedia arquetípica
    por la montaña y los templos dedicados al dios mono que forman su habitat,
    con tomas muy interesantes que testimonian las conductas de esos animales,
    tan cercanos al hombre. Se trabajó con un clan de macacos salvajes y
    algunos adiestrados, y a todos se los estimulaba para filmar sus reacciones.
    El problema sobreviene cuando se aborda el relato de los humanos –paralelo
    al simiesco– también sobre amores contrariados. Ladrones de obras de arte
    profanan el antiquísimo templo de Hanuman donde habitan los macacos, y su
    botín es rematado por las grandes firmas de Londres. Allí Tom (Robert
    Cavanagh), hijo del arqueólogo descubridor del templo, reconoce las
    esculturas hindúes que vio en su niñez, cuando acompañaba a su padre.
    Ganado para la causa conservacionista, consigue que lo manden al lugar, y
    allí emprende una cruzada contra el vandalismo. Los contrabandistas de
    obras de arte son también cazadores de monos, que los venden a los
    laboratorios para pruebas científicas. Tom quiere al mismo tiempo
    reencontrar a Anja, una bella india a la que ama desde que eran muchachos.
    Pero la joven está comprometida. ¿Con quién? Con el cazador de simios,
    claro, perfecta contracara de Tom: empresario poderoso, protector de
    traficantes, protegido del poder político. La pareja de novios está
    interpretada por dos populares actores de la India. Por supuesto que, en un
    punto, ambas historias confluirán.
    Si al principio la de los animales había resultado entretenida por lo
    curioso de su mundo, por las tomas que seguramente son la edición de largas
    horas de observación y filmación, la de los humanos resulta aburrida y
    plagada de lugares comunes. El guión es muy pobre y en cuanto a las
    actuaciones, los monos están incomparablemente mejor. La copia que vimos
    está doblada al castellano, presumiblemente dirigida al público infantil,
    que no merece un mal cine. Tal vez por su deseo de realizar un largometraje,
    o por salir del género documental, Fougea no se conformó con una película
    que al principio tiene mucho que ver con El oso (el adiestrador de
    animales es el mismo en ambos films). Sin embargo, ése es el mejor costado
    de su opera prima. Además, el templo de Hanuman, la montaña sagrada
    y su ciudad perdida, pocas veces filmados, son imponentes. El resto, sobra.