Hay una nueva moda –o una moda vieja que se reavivó– en los Estados Unidos.
Se llama paranoia y se encuentra en plena efervescencia desde los atentados
a las Torres Gemelas. En casos extremos llegó a generar habitáculos como el
cuarto de La habitación del pánico, investido de paredes de concreto,
una puerta de acero, monitores de vigilancia, ventilación y línea telefónica
propia.En la ficción, la que tiene acceso a este recinto es Meg (Jodie
Foster), quien tras un traumático divorcio se acaba de mudar junto a su hija
Sarah (Kristen Stewart) a un señorial departamento neoyorquino en el que el
bunker es algo así como el "ambiente estrella". El conflicto estalla
cuando tres hombres (Forest Whitaker, Dwight Yoakam y Jared Leto) irrumpen
en la casa en busca de una gran cantidad de dinero que, justamente, se
supone alojado en la habitación del pánico. Hacia allí acuden
presurosas Meg y Sarah y pronto se desata entre ellas y los ladrones una
batalla en la que la que dicha habitación se convierte en el fuerte a tomar,
y a defender.
David Fincher, director de esta película, se ha posicionado ya hace rato
como un realizador polémico. Sus films, pretenciosos, rebuscados y
complejos, buscaron siempre una ruptura con lo establecido. Los resultados
fueron dispares. Pero La habitación del pánico, imprevistamente, muestra a un Fincher de
bajo perfil... aunque los ángulos potencialmente
polémicos de la historia eran muchos. Pudo haberse convertido en un grandilocuente estudio sobre la
paranoia, en una alegoría acerca de los intrusos que amenazan el american
way of life, en una defensa velada o explícita de la institución
familiar. Y sin embargo Fincher se inclinó por un tono moderado, lejano a
esas controversias. Acertó en la elección.
Sencillamente, privilegió la historia y los personajes que la animan.
Sin salirse del estrecho marco del departamento, decidió dar sólo referencias mínimas acerca de sus situaciones
personales, sin dejar de crear por ello una afinidad entre la platea y las
criaturas de ficción. Así, la inmersión en la trama es inevitable y
placentera. No hay lecciones éticas ni morales en La habitación del pánico,
que
se perfila como un más que correcto relato de suspenso claustrofóbico,
con algunas debilidades de guión pero bien filmado y muy entretenido. Además,
compensa ciertos convencionalismos con un planteo audaz en que las mujeres,
acá tan de armas tomar, la convierten en una película mucho más feminista de
lo que parece a primera vista.
El reparto ayuda. Jodie Foster, rostro cinematográfico si los hay,
confirma su capacidad de asumir el papel que fuere y tornarlo atractivo para
cualquier público, masculino y femenino. Whitaker vuelve a exhibir su
ductilidad desde un ladrón conflictuado por la situación en la que se
involucró. Los demás acompañan sin desentonar.
Rodrigo Seijas