En el esplendor de ese encanto que tan buenos dividendos le ha rendido (salvo cuando se
    atrevió a participar de una experiencia tan dark como Mary Reilly, de Stephen
    Frears), Julia Roberts vuelve a calzarse pilchas muy semejantes a las que portaba, hace
    diez años, en el superéxito que la catapultó al estrellato femenino más encumbrado del
    último par de décadas: Mujer bonita. Como se recordará, en esa mediocre pero
    muy efectiva versión de la Cenicienta cruzada con Pigmalión, la chica chiquilla,
    en ese entonces Roberts era una puta hollywoodense, profesional y prevenida (llevaba
    con ella una colección de forros), que se vestía con la vulgaridad chillona que exigía
    su personaje, hasta que llegaba el yuppie paternalista Richard Gere y le enseñaba cómo
    ser una señorita elegante y de buen tono.Una
    de las varias cosas buenas de este estreno, basado en sucesos reales y recientes, es que
    el personaje a cargo de Julia R. la Erin Brockovich del título, claro se pone
    tops que exhiben sus tetas en bandeja, minifaldas en el borde de sus calzones, lleva los
    pelos alborotados en el más rancio estilo Luisa Kuliok, y avanza por la vida sin
    preocuparse por el escándalo que provoca entre las personas de presumible "buen
    gusto". Ella se arregla así porque ése es el estilo que la representa, y porque de
    ese modo se siente atractiva y segura. No sólo les hace pito catalán a sus compañeras
    de trabajo que murmuran a sus espaldas (a menudo desnudas) sino que no hay ningún
    Pigmalión que modifique sus gustos. Cuando todavía hay jueces en el mundo que en casos
    de violación o acoso sexual han fallado a favor del agresor porque la víctima llevaba
    una mini muy corta como sucedió no hace mucho en España viene bien que una
    mujer como Erin B. reivindique el derecho de vestirse como a una/o se le cante. 
    Desde luego, esta integridad respecto de su atuendo
    de la protagonista de una historia real es apenas el reflejo de una personalidad unívoca,
    vigorosa, corajuda que se va desarrollando al compás de sus aventuras narradas con
    fluidez, emoción y humor. Cualidades debidas a los buenos oficios del versátil Steven
    Soderbergh (Sexo, mentiras y video), un director capaz de pasar de los
    sofisticados efluvios eróticos de Put of Sight a esta rebanada de vida que,
    Julia Roberts mediante, por momentos parece más grande que la vida... En lugar de
    centrarse casi exclusivamente como ocurrió en El sindrome de China o en Silkwood
    en el tema de la denuncia, que en este caso se ganó contra la poderosa empresa Pacific
    Gas & Electric, el film le da mucho espacio al personaje de Erin, a sus vivencias y
    conflictos familiares, a su crecimiento personal. Así, Erin Brockovich se convierte en
    uno de los films que con mayor sensibilidad y equidad han planteado el tironeo universal
    que sufren las madres trabajadoras, entre la culpa por dejar a los hijos en otras manos y
    la necesidad imperiosa de realizar otras actividades (que, con suerte, pueden ser
    vocacionales). Mientras lucha por los derechos de los afectados por las aguas que
    contaminó PG&E, a Erin le duele separarse de los chicos y cuando regresa exhausta, a
    veces se deja llevar por el malhumor. Felizmente, encuentra a un tipo que, a pesar de
    roces y distanciamientos, es capaz de intercambiar roles tradicionales. Básicamente
    honesta, Erin alienta la íntima convicción de que sus hijos van a saber comprenderla en
    algún momento. Y tiene toda la razón, como queda demostrado en la emotiva escena en que
    uno de los niños se interesa espontáneamente por los demandantes gravemente afectados,
    valorando la conducta de su madre, identificándose con sus inquietudes. 
    Si bien Julia Roberts es una protagonista
    carismática y arrolladora que puede permitirse estar todo el tiempo en escena sin
    saturar, hay que señalar que la actriz dispone en esta oportunidad de un partner de lujo:
    el gran Albert Finney, rebosante de humanidad encarnando al dueño del bufete que primero
    le da empleo a la chica de la sonrisa rutilante, y después se embarca en su estela
    luminosa para llevar adelante la lucha contra la empresa envenenadora. Atenti: la mesera
    que atiende en la escenita del bar a Julita y sus críos es la mismísima y verdadera Erin
    Brockovich, evidentemente encantada de tener semejante doble en la pantalla. 
    Moira Soto (*) 
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