Si bien los productores de Ed TV dicen haberse apoyado en una película
    franco-canadiense de 1994, lo cierto es que el éxito de The Truman Show fue lo
    que impulsó el proyecto. Todo parecido con el film de Peter Weir, entonces, no es pura
    casualidad. Y los parecidos son tantos que, en más de un momento, el que vio la otra
    película tendrá la sensación de que se la están proyectando de vuelta. También es
    cierto que el film número 14 de Ron Howard es mil veces menos pretensioso que el de Weir.
    Allí donde el australiano se proponía administrar dudosas lecciones de ética y moral,
    Howard simplemente aspira siempre lo hizo a entretener al público. No está
    nada mal como premisa. La pregunta es: ¿lo logra? 
    A diferencia de Truman Burbank, Ed
    Pekurny (Matthew McConaughey) es un tipo normal de veras. No le han producido
    un mundo aparte ni le ocultan su condición de protagonista del más grande show en vivo
    de la historia. Por el contrario, Ed firmó un contrato que lo compromete a abrir las
    puertas de su vida a las cámaras de la True TV (un canal al borde de la quiebra) para que
    filmen cada minuto de sus días. El show sale al aire sin cortes ni edición, y arranca
    con un rating desastroso que remontará pronta, previsiblemente. 
    Además de normal, Ed es un tipo
    común. Tiene 31 años, trabaja en un videoclub, vive con poco, está soltero, toma
    cerveza y luce desorientado. O fracasado. Todo esto cuaja de maravillas con la frescura de
    McConaughey, quien vuelve a confirmar (después de Tiempo de matar y Estrella
    solitaria) su enorme ductilidad interpretativa. Woody Harrelson está muy bien como
    Ray, hermano de Ed, y ambos se constituyen en grandes aciertos de casting. Los problemas
    vienen por el lado del guión. El canal, representado por una jefa de programación que ha
    sido diseñada para el lucimiento de Ellen DeGeneres (una diva de la televisión... real),
    empieza a filmar a Ed de buenas a primeras. Como si Ed y su familia fueran actores, o
    estuvieran preparados para seguir "como si nada" con sus vidas... con dos
    camarógrafos y un microfonista permanentemente encima. Esto, digamos, raspa. Pero los
    minutos pasan y uno, que a veces quiere disfrutar un film a toda costa, se propone
    conceder, hacer la vista gorda y seguir adelante. Entre otros personajes, en el mundo de
    Ed también están su madre, su padrastro (Martin Landau, postrado en una sillita
    motorizada en la que se pasea con patética simpatía) y Shari (Jenna Elfman, qué linda
    es), la novia de su hermano, con la que compartirá un romance. Ya hemos aceptado la
    improbable naturalidad con que todos ellos desnudan sus intimidades ante las cámaras.
    Pues bien: ahora deberemos aceptar que, de vez en cuando, se olviden increíblemente de
    ellas. 
    Es que después de varios días de
    programa se presentan escenas como esta: Shari acaba de besar por primera vez a Ed (el
    show ya tiene un ráting respetable) y, anonadada, exclama: "¡Dios mío! Le di un
    beso al hermano de mi novio por televisión." ¡Dios mío! (Este soy yo.) ¿Cómo
    puede ser que no haya percibido a ese tremendo par de Betacams con camarógrafos
    debajo y todo que los filmaban? En fin. La teleplatea, a todo esto, se entusiasma
    con el beso, aprueba fervorosamente a la pareja y de repente... se vuelve rabiosamente en
    contra de Shari. De acuerdo: el film necesitaba el cambio de opinión para demostrar hasta
    qué punto el afán por "satisfacer al público" se convierte en excusa de
    manipulaciones indecentes, ya que la producción arreglará las cosas para imponerle una
    nueva candidata a Ed. Pero al implementar tan bruscamente el giro, ¿no incurre el film en
    una manipulación similar? Semanas después, Ed y los suyos seguirán hablándose bajito
    con el fin de zafar del registro sonoro... cuando es obvio, incluso para ellos, que la
    estratagema no funciona ante micrófonos tan poderosos. El asunto es que la vida de Ed,
    como la de Truman, emboba a multitudes que no dejan de multiplicarse. Para demostrarlo, la
    película se toma un trabajo de jardín de infantes: recorre uno tras otro decenas de
    hogares, en diferentes ciudades, con los televisores clavados en Ed TV y la gente
    paladeando boquiabierta sus alternativas. Así busca contagiar al público de carne y
    hueso de la emoción del público ficticio. Aunque, en realidad, lo subestima. 
    En cierto instante, un amigo de Ed, en
    una especie de brote de lucidez, se queja del absurdo mérito que rodea a la fama por
    estos días. "Ser famoso es meritorio de por sí", dice. Y es verdad. Yo
    también me quejo. Y aunque no tanto como The Truman Show (ver link al pie), el
    film de Howard se queja también. Lo que no impide que durante dos horas nada
    menos haga poco más que girar alrededor de Ed Pekurny: un tipo muy famoso. 
    Guillermo Ravaschino
          |