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    Debe haber pocos tipos 
    que aporten una mirada tan negra, ácida y cínica en sus películas como Danny 
    DeVito. Parece que para este enano el mundo siempre puede ser un lugar peor. 
    Sin embargo, al final es posible que se filtre algo de bondad y optimismo, 
    lo que quizá lo emparente un poquitín con Capra, el director de ¡Qué 
    bello es vivir!, esa película donde James Stewart atravesaba una y mil 
    penas para terminar descubriendo por milagro la amistad de todo su 
    pueblo. 
    Danny se 
    ha dedicado durante unos cuantos años en films como La guerra de los
    Roses, Tira a mamá del tren o Maten a Smoochy a demoler 
    con paciencia y con saliva todas las instituciones y símbolos del “american 
    way of life” y la burguesía estadounidense: la televisión, la familia, el 
    matrimonio, las madres, etc., etc. Sus personajes son despreciables y al 
    mismo tiempo provocan una extraña e inquietante simpatía. 
    En 
    Dúplex, su nueva comedia negra, DeVito nos presenta la historia de la 
    pareja compuesta por Alex Rose (Ben Stiller) y su esposa Nancy (Drew 
    Barrymore), quienes encuentran un magnífico dúplex en el que sólo tienen de 
    vecina a la agradable anciana Mrs. Connelly (Eileen Essell), que subalquila 
    el piso de arriba. Pero a medida que pasen los días, esta señora resultará 
    no ser tan simpática, máxime porque se niega terminantemente a irse y 
    dejarles el campo despejado a Nancy y Alex para sus futuros hijos. La verdad 
    de la milanesa es que Mrs. Connelly irá destruyendo la vida de los Rose con 
    pasmosa facilidad y sin intención aparente. Digo aparente porque la 
    octogenaria irradia una maldad cuyo carácter voluntario –o no– es bien 
    difícil de precisar. Lo que sí se puede precisar es que, al lado de ella, 
    los cuatro jinetes del Apocalipsis parecen ángeles de la guarda. Y los Rose 
    se darán cuenta de que el odio y el temor los harán llegar a extremos que 
    nunca soñaron, convirtiéndose en la otra cara de la moneda de la familia 
    Ingalls. 
    Hay que 
    decir en favor de Dúplex que no le teme a los límites y cuestiona la 
    moral del espectador, quien por momentos se encontrará preguntándose de qué 
    cuernos se está riendo (y reflexionando que debe haber pocas cosas tan 
    humanas como reírse de la desgracia ajena). También hay que mencionar 
    ciertos defectos que quizás están relacionados con esa virtud: al no temer 
    barrera alguna el film varias veces se pasa de rosca e introduce 
    segmentos humorísticos nada sutiles. Además, el guión presenta una vuelta de 
    tuerca que se pretende astuta… pero va a contramano de todo el relato. 
    Con todo,
    Dúplex no deja de ser un estreno decente en la pobre cartelera 
    actual. Un DeVito menor, es cierto. Pero que tal vez invite al espectador a 
    explorar la oscura carrera de este petiso, al que le sigue encantando 
    mostrarnos la fealdad y la belleza de este mundo. 
    Rodrigo Seijas 
         
    
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