Quizá porque en Cannes 2000 hubo
      películas exorbitantes, la crítica no prestó demasiada atención al
      título que cerraba el festival: la última entrega de los hermanos Coen
      (Joel en la dirección, Ethan en la producción, ambos en el guión). Así
      es que a ¿Dónde estás, hermano? la despacharon con un "no
      está mal" y otro par de frases de rutina.
      Esta es una comedia disparatada, que adapta y parodia a la célebre La
      Odisea, de Homero, buscando la complicidad del espectador mediante
      referencias a la comedia clásica americana. Al igual que Nurse Betty,
      la película de los Coen bebe de lo poco que aún queda de aquella buena
      fuente cómica estadounidense cuya bandera enarbolaron Frank Capra y
      Preston Sturges. De una idea de éste último toma el film su título: la
      genial película del primer gran guionista al que dejaron dirigir, Los
      viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, 1941), incluía una
      parodía en la que un director pretendía realizar un supuesto film social
      con el título que ahora recogen los Coen.
      De Capra toman lo que se convirtió en el aspecto más interesante –por
      encima del hilo conductor centrado en el "retorno del héroe"–
      de esta película: la crítica a la demagogia política en tiempos de
      crisis. Allí radica el éxito de la propuesta de ¿Dónde estás,
      hermano?. La decisión de anclar la acción en un contexto histórico
      tan conocido como la Gran Recesión de principios de los años ‘30
      beneficia sobremanera la extrapolación de sus contenidos a cualquier
      sociedad en época de crisis. En este sentido, los Coen consiguen una
      especie de mitificación, de paradigma de los tiempos de crisis,
      que encaja a la perfección con la Odisea homérica.
      Hacia la crisis nos dirigimos ahora, según los analistas económicos,
      que se las dan de listos porque saben mejor que nadie que la economía es
      una montaña rusa. Y los grandes políticos demagogos no son cosa del
      pasado. Allí está el presidente de los Estados Unidos, George Bush Jr.,
      una raza que sobrevive, mal que nos pese, a lo largo de la historia de una
      nación de supuesta trayectoria democrática cuyos temas en debate siempre
      han estado expresamente limitados y, hasta cierto punto, trasnochados. Que
      la imagen sea un valor más cotizado que el discurso no es algo
      típico de los años treinta, como ocurre en ¿Dónde estás, hermano?.
      Sigue sucediendo hoy. Y en todo el mundo.
      El comentario mordaz que se entrelee en películas que en la superficie
      resultan amables, o "agradables", como Juan Nadie (Meet
      John Doe, Frank Capra, 1940) o El político (All The King’s
      Men, Robert Rossen, 1949), renace en el tono de comedia liviana
      del que se valen los Coen. No es esta una película que los más
      conformistas vayan a disfrutar.
      Y este es el punto fuerte, junto a la adecuada conjunción de una
      fotografía muy pensada, inevitablemente monocromática en su persecución
      de la cita al blanco y negro; una banda sonora impagable de raigambre
      popular, plagada de temas de protomúsica folk norteamericana, verdaderos
      precursores, canciones propias de pioneros anteriores a la consolidación
      de sonidos tan característicos como el blues o el country,
      y una capacidad de planificación por encima de la media, a la que Joel
      Coen ya nos tiene acostumbrados, capaz de revestir de épica a una
      secuencia sólo por el modo de rodarla y, a continuación, mantener con
      valentía un duradero plano fijo sobre un rostro en silencio.
      En su debe, acaso apenas perceptible para los críticos muy criticones
      y entusiastas de la variante jónica de los filólogos helénicos, está
      la discutible adaptación del relato homérico. Cabe preguntarse hasta
      qué punto fue el libreto el que se ha adaptado a la Odisea, en lugar de
      adaptarla. Puede achacársele empecinamiento vano en este punto al texto
      de los Coen, pues al final prácticamente sólo quedan nombres del
      original y descripciones cuanto menos superficiales de los personajes que
      retrató el mítico ciego Homero. El Cíclope John Goodman, la Penélope
      de Holly Hunter y el Menelao reconvertido en gobernador populista parecen
      encarnar variantes demasiado vaciadas de sus contrapartes
      homéricas. ¿Por qué tenía que basarse en La Odisea (tal y como rezan
      los títulos de crédito, como si con ello se libraran de pagar derechos
      de autor) y no ser sin más la gran comedia que es, tan por encima del
      paréntesis banal y absurdo –por innecesario– que fue El gran
      Lebowski?