El odio, la venganza y los conflictos de sangre entre familias no saben de
      fronteras. Ni el amor de cadenas. Y esto queda bien explicitado en esta
      nueva película de Walter Salles (el realizador brasileño que nos
      deleitara con Estación central) en la que, basándose en la novela
      "Abril despedazado" del albanés Ismail Kadaré, traslada
      magistral y poéticamente una metáfora sobre el honor y la violencia
      desde los Balcanes, donde está ambientado el libro, al nordeste del
      Brasil.
      En Detrás del sol Salles (quien actualmente está filmando en
      la Argentina una historia sobre el "Che" Guevara) abandona su
      estilo neorrealista para impactar con un film de imágenes esplendorosas
      (la persecución en el cañaveral, el niño en su columpio, la acróbata
      en la soga) y de símbolos por doquier.
      La historia, que –al igual que Estación Central– comienza y
      termina casi en el mismo punto, está protagonizada por un niño
      analfabeto y soñador (Ravi Ramos Lacerda) que se atreve a romper los
      códigos familiares para evadir el destino de un ancestral atavismo. La
      acción se ubica en los albores del siglo XX en un mísero trapiche de la
      familia Breves, que enfrentada en una cruel lucha por la posesión de la
      tierra a los Ferreira debe vengar el asesinato reciente de su hijo
      Ignacio. Y será Tonho, el hijo mayor, el encargado de castigar la muerte
      de su hermano. Para ello ha de esperar que la sangre sobre la camisa del
      muerto (expuesta a la intemperie) mute su color rojo al amarillo. Esa
      será la señal para cobrar la vida de un Ferreira.
      Y en ese hogar, que al decir de esa madre que va perdiendo a sus hijos
      es "donde los muertos mandan", transcurre la película
      entremezclando símbolos y realidades. La camisa ensangrentada que va
      marcando la proximidad de la muerte del "enemigo", la noria del
      trapiche y sus bueyes siempre girando en un círculo que no debe romperse,
      pero que sin embargo la saltimbanqui del circo trashumante –que puede
      bailar en las alturas y arrojar fuego por su boca– ayuda a quebrar
      influyendo, con su libro de cuentos y sonrisas, a los hermanos Breves, sin
      que por ello la película deje de ser poéticamente dolorosa.
      El tiempo y la muerte son los verdaderos protagonistas de esta tragedia
      griega que ve alterado su inevitable final por las ganas de libertad de
      algunos de los protagonistas, y por el auténtico amor fraternal de otros.
      
      Detrás del sol es una película cruda, áspera y hasta
      desgarradora. Pero excelente. Eso no significa, tal como sucedió en el
      Festival de Venecia (donde se llevó el Leoncino de Oro), que deba gustar
      a todos. Quizá no alcance el éxito masivo de Estación central.
      Lo que sería una pena.
      
      Enrique Monzón