Si hubiera que definir a Destinos cruzados
    con una sola palabra, habría que elegir "disparate".  El núcleo dramático es tan absurdo e inconsistente que surge la
    idea de que los asesores de marketing de Sydney Pollack se tomaron un frasco... o
    lo hizo el director y, después, los despidió. 
    Vean: 
    Un policía bastante amargo (Harrison
    Ford) y una honorable y atractiva diputada (Kristin Scott Thomas) acaban de sufrir la
    pérdida de sus seres amados, fallecidos en un accidente aeronáutico... mientras se
    fugaban juntos metiéndoles los cuernos a ellos. El cielo caiga sobre mi cabeza si hay comunión
    más tirada de los pelos que la de estos pobres diablos a los que Pollack endilga una
    trascendente ligazón existencial. Digo: el hecho de que los respectivos infieles se hayan
    conocido y gustado aparece como un dato fatuo, de puro azar, jamás desarrollado ni
    explorado por el film. Y el hecho de que Kay y Dutch sean cornudos... ¡bueno! ¿Nadie le
    sugirió a Pollack que  no hay una sino mil  formas de serlo? Pero esto recién
    empieza. 
    Dutch es un tipo amargo (¿lo dije?)
    pero también muy energúmeno. Siendo policía, y a partir de los mismos datos, tarda
    bastante más que cualquier mortal en confirmar ciertas hipótesis elementales. ¿Cómo
    explicar la sensación de esos largos primeros minutos de Destinos cruzados? En
    un punto está muy claro quién es quién y qué es lo que pasó... ¡pero hay que 
    esperar
    a que el protagonista y la historia acusen recibo! Es como esperar el colectivo en
    invierno a medianoche: desagrada e impacienta. 
    El 
    motor de la trama es la
    obcecación de Dutch. (Se trata de un film bien machista ¡si los hay! ya que
    Scott Thomas está como amoldándose permanentemente a los ritmos que impone Ford.) Dutch
    quiere saber por qué su mujer le metió los cuernos. Cuando llega a Kay, ella, tras
    amagar un rechazo como el que cualquiera hubiese esperado de una encumbrada parlamentaria
    como ésta (para más datos, enfrascada en una campaña electoral), pega un brusco viraje
    para asociarse con el sargento. Kay y Dutch compartirán esa suerte de perenigraje tras el
    misterio de la infidelidad. Ahora bien: Destinos cruzados no pregunta ni dice
    nada acerca de la infidelidad. Ni parece importarle... porque más temprano que tarde los
    héroes se besan y Pollack juega las pocas fichas que le quedan en favor del romance. 
    ¿Qué más? Una subtrama policial muy
    devaluada, que procura imponer al sargento como un noble-policía-con-problemas (¿se
    acuerdan del vigilante al que parodiaba Hammer? Bueno, así). Y una subtrama de bambalinas
    políticas destinada a consagrar a la diputada como antes-que-nada-un-ser-humano-cabal.
    La relación amorosa insume largas secuencias, la mitad de ellas tan inverosímiles, tan
    ridículas, que el solo hecho de que Ford y Scott Thomas hayan podido rodarlas sin
    tentarse de risa habla maravillas de su calidad actoral. 
    Guillermo Ravaschino
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