Como se 
    recordará, en el centro de Destino final estaba el elemento 
    argumental que la distinguió de las remanidas películas de terror para 
    adolescentes: el malo, el monstruo, no era un personaje de carne y hueso 
    sino la muerte. Y más que la muerte, su fatalidad. Es decir, la idea de que 
    a todos nos llega la hora, que esa hora (y las circunstancias precisas que 
    la signan) está fijada de antemano, y que si alguien consigue esquivar el 
    designio la propia muerte se encargará de encarrilar las cosas persiguiéndolo y, mucho más temprano 
    que tarde, alcanzándolo. Esa sigue siendo la idea central, aunque no ya 
    novedosa, y por eso, aunque no sólo por eso, Destino final 2 está por debajo de su 
    predecesora.
    A poco de 
    empezar, la teenager Kimberley (A.J. Cook) sale a la ruta con sus amigos al 
    volante de una soberbia camioneta roja. Enseguida la asalta una premonición:
    ve mentalmente el sangriento choque en cadena que se cobrará las 
    vidas de 18 personas, incluidos todos ellos. Eso la lleva a intentar alterar 
    el curso de los acontecimientos deteniendo el vehículo al borde de 
    la autopista, lo que genera un embotellamiento. El choque se produce igual, 
    pero Kimberley y sus amigos, junto a otros automovilistas que se atascaron 
    detrás de ellos, se salvan. La muerte, pues, irá por todas y cada una de 
    esas almas. La secuencia del choque no se acerca  a su estupenda 
    análoga en el film original (ese accidente aéreo que todavía  
    –y 
    ya van a hacer 
    tres años– 
    guarda un lugar en la memoria), pero está bien filmada y montada. 
    
    Un poco porque 
    asumió el 
    notable éxito del título que inauguró la saga, otro poco por distracción 
    quizá, Destino final 2 invierte poco y nada en fundamentar su 
    premisa. Todo se pone en marcha rápidamente. Los sobrevivientes empiezan a 
    caer. Ahora, ¿todo lo que nos queda es esperar que cada una de las muertes 
    sea lo suficientemente tremenda, sangrienta y espectacular como para 
    sostener nuestro interés? 
    
    Mayormente a esto 
    último se 
    consagraron el director y el guionista, y no sólo por el lado de la truculencia sino también 
    a partir de la comicidad. Varias veces dieron en el blanco: algunas muertes 
    ponen los pelos de punta, otras arrancan risas (es de esas películas que se 
    pueden disfrutar en grupo, medio borrachos todos), y unas pocas, ambas cosas al 
    mismo tiempo. 
    
    Por supuesto 
    que un film de hora y media que sólo  apuesta a conmover con escenas 
    puntuales cuenta con poco margen. Los responsables también estuvieron al 
    tanto, e inyectaron –por aquí y allá– modestos condimentos 
    argumentales que complementan el esquema original (todos ellos relacionados 
    con el modus operandi de la muerte). Estos condimentos resultaron 
    algo ingenuos, inverosímiles. 
    
    Conclusión: si les gusta este tipo de películas esperen a que Destino 
    final 2 salga editada en video (y si aguantan hasta el verano, tanto 
    mejor), convoquen a un par de amigos (o a más de un par: el número perfecto 
    podría ser 18), compren bastante cerveza... y 
    que empiece la fiesta. 
    Guillermo 
    Ravaschino      
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