Dentro de un panorama como el del nuevo cine argentino, poblado de
    películas bisagra que respiran los bríos pero también conllevan los
    pesos del cambio y la renovación generacional, largometrajes como 
    El descanso, que se recuestan sobre los géneros clásicos sin pretensión 
    de trascendencia, siempre son bienvenidos. Sin desmerecer a las que no lo 
    son, estas películas "pequeñas" son las que diversifican la propuesta. 
    Y en el caso de El descanso las cuestiones sociales y la ruptura 
    con el cine nacional más rancio tampoco son dejadas de lado, sino que 
    aparecen. Y aparecen sanamente  sometidas, o subordinadas, a la historia que se narra.
    Esta sigue los pasos de Fredy y Osvaldo, dos amigos que chocan en la ruta y 
    deben buscar auxilio mecánico en un pueblo desolado entre las sierras 
    cordobesas. Allí Fredy se entera de la existencia de un hotel abandonado, 
    que hace quince años nadie reclama y comienza a proyectar la idea de hacerlo 
    propio, y de así cumplir su sueño de las vacaciones permanentes.
    Fredy y Osvaldo son dos porteños típicos: uno que persigue el 
    sueño de no trabajar sin reparar en los métodos para conseguirlo, otro que 
    deambula sin rumbo fijo, entre la negación y el desánimo. A ellos se une una 
    galería de personajes disparatados: peones, caudillos, inmigrantes, 
    vividores y mujeres hermosas. El más carismático es Reyna, un peruano 
    indocumentado que habla como locutor de radio de añejas épocas, combinación 
    que transmite una suerte de alegría melancólica. En él se dan cita 
    los diálogos más atrasados (y desubicados) del cine nacional; 
    Reyna es Reyna pero también es ese anacronismo criticado, desechado, y 
    provoca un gran placer.
    La película narra los avances y retrocesos de Fredy y la troupe 
    por la conquista del hotel, en la que enseguida encuentran poderosos 
    oponentes. En ese ir y venir de los protagonistas se va forjando la comedia 
    de aventuras, que si bien comienza apaciblemente, poco a poco va tomando el 
    ritmo vertiginoso de la comedia americana. Quizá lo más flojo del 
    film está en ese final abrupto, que parece abandonar la trama cuando podía 
    haber elevado la tensión de esa sucesión de reveses hasta un climax más 
    potente, empujando los límites de la historia, acrecentando el placer de ver 
    a ese grupo de increíbles personajes envolverse en situaciones desbordantes. 
    Pero la película termina y deja una pequeña desilusión.
    Sin embargo, el resultado completo es un film muy disfrutable, que 
    sutilmente analiza a la sociedad argentina y al cine local, todo detrás de 
    una buena historia con diálogos veloces, actuaciones correctas y criaturas 
    que trasponen la ética sin ser castigados con solemnidad.
    
    El descanso recuerda un poco a La película del rey, la 
    excelente ópera prima de Carlos Sorín, que también era una comedia de 
    aventureros detrás de un proyecto que enseguida encontraba innumerables 
    obstáculos y presentaba una gama de personajes inclasificables, un 
    microuniverso empático y atrapante. El descanso no alcanza el nivel 
    de aquella, pero retoma una senda que había sido abandonada por el cine 
    nacional.
    Ramiro Villani