Algo malo está pasando
en el universo Adam Sandler. Algo realmente muy malo. Como si fuera la
primera vez marcó la cima de lo que parecían ser sus posibilidades: un
film que, sin desechar ninguno de los elementos típicos de su cine, lograba
trascender por los niveles de lectura que permitía. Uno esperaba entonces no
sólo el crecimiento del actor (soy de los que defienden la idea de un
Sandler autor y de los que disfrutan de la Nueva Comedia Americana, como la
han bautizado en la revista “El Amante”) sino también la maduración bien
entendida de su propuesta. Sin embargo luego vinieron Espanglish,
Golpe bajo y ahora Click. Y la curva no sólo es descendente, es
preocupante.
Se podría argumentar en favor del actor que Espanglish es más un
producto James L. Brooks que suyo, y que los problemas en Golpe bajo
eran la poca efectividad de sus chistes sumado a lo inconveniente de
necesitar forzosamente malos malísimos (recordemos que es una remake de un
film de 1974 de Robert Aldrich) en contraposición al malo caricaturizado y
patético típicamente sandleriano. Pero Click es una producción
de Happy Madison, está dirigida por un compinche como Frank Coraci, recurre
a hits musicales –principalmente de los ‘80– como reservorio
sonoro-emocional del espectador, tiene un personaje principal con los
típicos ataques de ira (y es el amor lo que lo moviliza). ¿Qué salió mal
entonces?
De todos los elementos que no están, el que más se hace extrañar es
el del Sandler-niño. Ese que nunca comprende lo que le pasa ni lo que pasa a
su alrededor, y sólo atina a defenderse rompiendo todo (tan bien aprovechado
por Paul Thomas Anderson en esa gema que es Embriagado de amor).
El Sandler de Click es, por el contrario, el arquitecto Michael
Newman, casado con hijos y sumamente preocupado por sus obligaciones
laborales. Tipo con pocas pulgas al que un día, cansado de no poder encender
el televisor ante la acumulación de controles, se le ocurre comprar un
control remoto universal, que de tan mágico (y tan literal) no sólo maneja
la TV, sino que además le controla la vida. La sutileza nunca estuvo
presente en las anteriores comedias de este actor, así que no nos vamos a
andar espantando por este punto de partida argumental.
La película de Coraci está explícitamente dividida en dos (los guionistas
son los de Todopoderoso, así que la trampa era de esperar), y se sabe
que a una primera parte en la que el personaje central, hereje y hedonista,
disfruta de sus “poderes”... le espera una segunda sección dominada por una
serie de lecciones de vida sobre lo que se debe y no se debe hacer, para
llegar a la redención tan temida.... ¡cosa que uno no espera en un film de
Adam Sandler! Si en algo es coherente Click es en que su parte
graciosa resulta tan grosera y burda como su vertiente seria y sermoneante.
Algo que cabía recriminar a las películas de Sandler eran sus finales
edificantes, aunque en cierta forma respetaban la moral que se proponía y no
quebraban la lógica interna (además de estar siempre aligerados por el
humor). El problema en Click es que más que una moral, lo que
sostiene es una inmoralidad. A saber: hay chistes innecesarios sobre árabes
y asiáticos; las mujeres son o histéricas o lesbianas o inexistentes (como
Kate Beckinsale) y hay que obviarlas o callarlas o mirarles las tetas en
cámara lenta; ningún secundario, más allá del egoísta personaje principal,
merece una cuota de humanidad (el colmo de esto es el personaje de Sean
Astin). La dulzura, la ingenuidad, la comprensión y la furia contenida
habituales fueron reemplazadas por un padre amargo, por un ser humano sin la
mínima cuota de honestidad. Se podrá decir que lo que la película busca
precisamente es combatir eso, pero el punto de vista que adopta nunca deja
de ser el de Newman. Y no se trata de una mirada incómoda, sino de una que
parece disfrutar, o invitarnos a disfrutar, de sus odiosas reacciones.
Se ha dicho muchas veces que los comediantes norteamericanos necesitan en
cierto momento de sus carreras torcer el rumbo para generar aceptación de
determinados sectores. Ha pasado con Robin Williams, Tom Hanks, Jim Carrey y
parece estar sucediéndole a Sandler. El inconveniente aquí, y lo que resulta
indignante, es que precisamente Sandler, más que los otros, representaba
cabalmente todo lo que no se debía ser –o hacer– para ser aceptado. Y
parecía no importarle. Para peor, opera este cambio dentro de los moldes de
su cine y no filmando algún drama de esos sobre enfermedades mortales para
ganarse un Oscar. El niño que antes destrozaba el mundo a piñas ahora es un
hombre con obligaciones que destroza su propio universo fílmico. Mientras
tanto Will Ferrell, Steve Carell o Vince Vaughn van afirmándose en el
terreno de la comedia, aprovechando lo que Sandler desperdicia. Habrá que
esperar sus próximos proyectos para saber si ha perdido el rumbo o no. Pero
saber que en breve se lo verá en un drama sobre los ecos del 11 de
septiembre hace pensar en un camino sin retorno. Ojalá nos equivoquemos...
Mauricio Faliero
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