En octubre de 1991, en Gloucester, Massachusetts, ancla el barco pesquero Andrea Gail,
capitaneado por Billy Tyne (George Clooney), un lobo de mar que viene de mal en peor, sin
poder quebrar su mala racha. A su lado ancla el Hannah Boden, capitaneado por Linda
Greenlaw (Mary Elizabeth Mastrantonio), quien, por el contrario, vuelve con más pescados
que nunca. El joven pescador Bobby Shatford (Mark Wahlberg) tiene pendiente una enorme
deuda por su reciente divorcio; ergo, le falta dinero para iniciar una nueva vida con su
novia Chris Cotter (Diane Lane). Contra los deseos de Chris, Bobby decide volver al mar
por última vez, con el anhelo de saldar definitivamente esa deuda. Junto a Billy y a
Bobby, otros cuatro hombres zarpan en un nuevo viaje del Andrea Gail, arriesgando sus
vidas nuevamente, anteponiendo su barco pesquero a las impredecibles fuerzas de la
naturaleza. Ya en alta mar, se desata la más feroz y destructiva tormenta imaginable.
Basándose en una historia real, y adaptando la
subsecuente novela de Sebastian Junger, el director Wolfang Petersen (El Barco)
concibió la realización de Una tormenta perfecta con la premisa central de
reproducir "una tormenta en el mar que fuera absolutamente creíble". En ese
sentido, la película le hace justicia a su título: la tormenta es realmente perfecta,
aunque el punto no sea corroborar si la tormenta de Petersen es tan ominosa como la que
dio origen a la película, sino que grado de impresión de realidad produce
en los espectadores. Es casi imposible pensar en una representación cinematográfica de
una tormenta más elaborada e impactante que la que logró Petersen, quien, insatisfecho
con la simulación digital de aguas embravecidas que hasta ahora el cine había mostrado,
acudió a los expertos de Industrial Light & Magic para brindar un espectáculo
totalmente inédito. Un numeroso equipo de artistas de efectos especiales computarizados
desarrolló nuevas técnicas y diseñó sofisticados programas que le dieron a la tormenta
una fuerza y un dinamismo abiertamente arrolladores. Ver la tormenta de Petersen es casi
como sentirse dentro de ella, con su potencia demoledora, su magnitud asfixiante, su
extraordinaria impresión de realidad.
Y si bien no quedan dudas de que la tormenta es
perfecta, tampoco quedan dudas de que la película es francamente monótona, anodina y
predecible. A tal punto se concentró toda la preocupación del director en el segmento de
la tormenta, que todo lo que viene antes y después es, lisa y llanamente, material de
relleno. Hay un puñado de episodios previos que intentan construir, sin lograrlo, la
tensión in crescendo que debería conducir al clímax. Hay, también, personajes
dibujados con trazos gruesos, sin una entidad genuina, sin desarrollo, sin fuerza ni furia
por más que griten a los cuatro vientos y se desesperen por sobrevivir al océano
convulsionado. Y no hay suspenso, sino letargo, antes y después de la tormenta.
Todo esto no deja de ser común a la mayor parte de
las películas vertebradas alrededor de "una tormenta", "un tornado",
"una inundación", "un incendio", "una gran explosión",
"un terremoto" y tantos otros desastres en la misma línea. Pero cuando estas
películas funcionan como La aventura del Poseidón (¿la recuerdan?)
es porque la misma atención que se le prestó al fenómeno en cuestión está presente en
la construcción de los personajes y en los mecanismos que generan tensión y desasosiego
en la platea. De otro modo, sólo quedan momentos de fuerte impacto separados por inmensas
zonas muertas.
Pablo Suárez
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