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UNA TORMENTA PERFECTA
(A Perfect Storm)

Estados Unidos, 2000


Dirigida por Wolfgang Petersen, con George Clooney, Mark Wahlberg, Diane Lane, Karen Allen, William Fichtner, Bob Gunton, John C. Reilly.



En octubre de 1991, en Gloucester, Massachusetts, ancla el barco pesquero Andrea Gail, capitaneado por Billy Tyne (George Clooney), un lobo de mar que viene de mal en peor, sin poder quebrar su mala racha. A su lado ancla el Hannah Boden, capitaneado por Linda Greenlaw (Mary Elizabeth Mastrantonio), quien, por el contrario, vuelve con más pescados que nunca. El joven pescador Bobby Shatford (Mark Wahlberg) tiene pendiente una enorme deuda por su reciente divorcio; ergo, le falta dinero para iniciar una nueva vida con su novia Chris Cotter (Diane Lane). Contra los deseos de Chris, Bobby decide volver al mar por última vez, con el anhelo de saldar definitivamente esa deuda. Junto a Billy y a Bobby, otros cuatro hombres zarpan en un nuevo viaje del Andrea Gail, arriesgando sus vidas nuevamente, anteponiendo su barco pesquero a las impredecibles fuerzas de la naturaleza. Ya en alta mar, se desata la más feroz y destructiva tormenta imaginable.

Basándose en una historia real, y adaptando la subsecuente novela de Sebastian Junger, el director Wolfang Petersen (El Barco) concibió la realización de Una tormenta perfecta con la premisa central de reproducir "una tormenta en el mar que fuera absolutamente creíble". En ese sentido, la película le hace justicia a su título: la tormenta es realmente perfecta, aunque el punto no sea corroborar si la tormenta de Petersen es tan ominosa como la que dio origen a la película, sino que grado de impresión de realidad produce en los espectadores. Es casi imposible pensar en una representación cinematográfica de una tormenta más elaborada e impactante que la que logró Petersen, quien, insatisfecho con la simulación digital de aguas embravecidas que hasta ahora el cine había mostrado, acudió a los expertos de Industrial Light & Magic para brindar un espectáculo totalmente inédito. Un numeroso equipo de artistas de efectos especiales computarizados desarrolló nuevas técnicas y diseñó sofisticados programas que le dieron a la tormenta una fuerza y un dinamismo abiertamente arrolladores. Ver la tormenta de Petersen es casi como sentirse dentro de ella, con su potencia demoledora, su magnitud asfixiante, su extraordinaria impresión de realidad.

Y si bien no quedan dudas de que la tormenta es perfecta, tampoco quedan dudas de que la película es francamente monótona, anodina y predecible. A tal punto se concentró toda la preocupación del director en el segmento de la tormenta, que todo lo que viene antes y después es, lisa y llanamente, material de relleno. Hay un puñado de episodios previos que intentan construir, sin lograrlo, la tensión in crescendo que debería conducir al clímax. Hay, también, personajes dibujados con trazos gruesos, sin una entidad genuina, sin desarrollo, sin fuerza ni furia –por más que griten a los cuatro vientos y se desesperen por sobrevivir al océano convulsionado–. Y no hay suspenso, sino letargo, antes y después de la tormenta.

Todo esto no deja de ser común a la mayor parte de las películas vertebradas alrededor de "una tormenta", "un tornado", "una inundación", "un incendio", "una gran explosión", "un terremoto" y tantos otros desastres en la misma línea. Pero cuando estas películas funcionan –como La aventura del Poseidón (¿la recuerdan?)– es porque la misma atención que se le prestó al fenómeno en cuestión está presente en la construcción de los personajes y en los mecanismos que generan tensión y desasosiego en la platea. De otro modo, sólo quedan momentos de fuerte impacto separados por inmensas zonas muertas.

Pablo Suárez