Frente a Un vuelco al corazón se
tiene la impresión de estar ante hechos conocidos. Una sensación de déja
vu instalada por cada uno de los lugares comunes que jalonan el film. El
principal es el catalizador de la acción: un accidente de aviación y las
consecuencias que el mismo acarrea en quienes, de una u otra manera, están
vinculados al mismo. Súbitamente, sus vidas experimentan un cambio de
rumbo; el destino parece haberles dado la oportunidad de replantear sus
existencias, de medir las cosas con una escala de valores diferente. Otro
clisé de la película: el retrato de un yuppie de nuestros días,
exitoso y arrogante profesional que esconde en su interior un ser
vulnerable, inmaduro y lleno de miedos, humano al fin. Y por último, toda
la manipulación económica que una empresa de aviación puede hacer de un
accidente en el que han muerto más de 200 personas, manejo que en la
Argentina los familiares de las víctimas de las tristemente célebres
catástrofes de LAPA o Austral conocen muy bien.
No hay sorpresas en el guión de este
drama romántico que habla de las dificultades del amor, del trabajo y
compromiso que implica un romance, de cómo el destino puede unir los
caminos de dos seres humanos, más allá de su voluntad o su control. Buddy
(Ben Affleck) es el publicista triunfador que a último momento cede su
lugar en un avión a un hombre que acaba de conocer casualmente en el
aeropuerto. Así salva su vida, pues el avión cae y otro muere en su lugar.
Abrumado por el peso de la culpa, Buddy se hunde en la depresión y el
alcohol. Un año después, ya recuperado, decide ayudar a la familia de ese
desconocido: su viuda Abby (Gwyneth Paltrow) mantiene a sus dos hijos como
agente inmobiliaria y él le hace hacer un buen negocio, tranquilizando su
conciencia. Claro, no menciona su vínculo con el muerto, ella se siente
atraída por él y surge el romance.
Está fresco el recuerdo de Mis dos
vidas contigo, película que tiene unos cuantos puntos en común con
ésta. Con una estructura similar, en ambas la línea romántica dista de
sorprender al espectador, que adivina el final desde el comienzo. Ambas se
ajustan a la fórmula y requisitos del subgénero. El
interés del film está en otro lado: en cómo la pareja va construyendo su
relación, superando las culpas.
Buddy y Abby: dos nombres que señalan
lo reales, comunes y corrientes que son los personajes. Hasta hay una
ironía con el nombre del protagonista, que se llama como el perro familiar
(y el parecido no se limita al nombre). Hay poco espacio para otra cosa que
no sea la historia de los dos personajes centrales, filmada con abundancia
de dramáticos primeros planos. Todo eso densifica al film, aligerado
sólo por la presencia del agudo ayudante de Buddy, un mordaz observador
de escenas animado por el excelente Johnny Galecki. Aquí se reconoce la
mano y el estilo del director y guionista Don Roos, cuya previa Lo
opuesto del sexo tenía un guión mucho más jugado, ácido y punzante
que el de este film, que cumple prolijamente con todas las convenciones y
queda muy lejos de la originalidad del anterior.
Está la crítica al sistema
publicitario perverso y no falta la amiga que da sabios consejos ni la
idealización de la vida familiar suburbana. La pareja funciona bien, dentro
de sus limitaciones actorales. Affleck vuelve a hacer el papel ya conocido
(de Doble traición, por ejemplo) de un hombre no muy brillante
intelectualmente, que escamotea datos sobre su vida. Y Paltrow no cambia,
sigue haciendo de Paltrow.
Josefina Sartora
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