Parece que el cine argentino no es
el único que se toma su tiempo a la hora de repasar lo sucedido en
décadas pretéritas. Más aun cuando se trata de ofrecer una mirada
diferente, quizá hasta crítica. Luego de ver Psicópata americano
podría concluirse que el cine norteamericano tropieza con las mismas
dificultades (salvando algunas pequeñas diferencias, como la existencia
de una industria) para elaborar sin miedos una realidad pasada y no tan
lejana. La película dirigida por la canadiense Mary Harron, quien parece
haber pasado definitivamente a las huestes hollywoodenses (¡que dirían las mamás de
South Park, la película...!), se basa en el libro homónimo de Bret
Easton Ellis, una novela que describe a cierto sector social durante la
década del '80 (el de los "yuppies treintañeros, consumistas y
aburridos") y penetra en los pensamientos y las acciones cotidianas
de uno de ellos. Un asesino serial psicópata.
A esta altura del partido, cuando está claro que los productores se
han dado cuenta de que la autocrítica y la sátira también venden,
resultan obvias las intenciones de la directora y sus productores. La
sátira sobre la sociedad norteamericana ataca de nuevo. Pero... ¿ataca?
Y no, no lo hace, como la mayor parte de las veces. Cuando termina Psicópata
americano uno tiene la triste sensación de no haber visto nada. No
esa nada en la que los personajes del film están inmersos; porque ésta,
según la intención de los realizadores, nacería de una situación
determinada, de un natural y rutinario estado de las cosas. Pero no. Esta
nada no se relaciona con las buenas y malas intenciones de Easton Ellis,
sino más bien con una pobre realización. Esta nada mixturada con un poco
de sangre, algunas citas a películas de terror de los '80 (caso Sam
Raimi), musicalizada con un continuum de hits de la misma década
(Robert Palmer, Huey Lewis & The News, Phil Collins, etc.) ostenta
sobre todo un manejo de la imagen poco arriesgado, convencional y, sobre
todo, muy pero muy aburrido. Aburrimiento que ayuda a acrecentar esa
sensación de estar ante la nada.
Lo que resulta por demás llamativo es que la historia de Patrick
Bateman (¿Bates Man?), un yuppie de 27 años cuyas mayores preocupaciones
son embellecerse, vestirse como un modelo, conseguir reservas en los
mejores restaurantes y tener la más bella tarjeta de presentación,
podría haber sido divertida. Y si a esas grandes preocupaciones les sumamos
los adjetivos que conjugan con ellas a la perfección (como egoísta,
imbécil, narcisista, envidioso, consumista, conformista y aburrido) y las
situaciones traumáticas con las que Patrick Bateman se enfrenta a diario
(no conseguir una de esas reservas, por ejemplo), estamos ante la materia
prima más descarnada de una comedia negra de los últimos años. Sin
embargo, nada es divertido. Esta sátira de la generación del ‘80 es
tan aburrida como la vida de sus protagonistas... con la diferencia de que
los espectadores no habrán de sublimarla asesinando gente como Patrick,
ni siquiera en su imaginación (¿o si?).
Dentro de esta nada sin espanto ni suspenso, Christian Bale se ha
mimetizado. El actor de Velvet Goldmine oscila entre la nada y la
psicosis. Entre la pose y la actuación. Por lo demás, no es cierto que
Willem Dafoe actúe en Psicópata americano. A no ser que se
considere actuación a las apariciones breves y esporádicas de ese
policía estúpido que investiga la desaparición de un yuppie
"asesinado" por Bateman. Probablemente, las mujeres sean los
personajes más redondos de este film (y eso que a la novela la acusaron
de misógina...): Whiterspoon, Mathis y Sevigny, cada una en su
insoportable papel de mujer tonta, resulta más divertida que todos los
hombres del film.
En cierta escena Bateman habla con dos mujeres sobre Génesis. Explica
que cuando Phil Collins tomó la batuta de la banda, él decidió
convertirse en fanático. Agrega que antes (en los '70) odiaba esa "intelectualidad"
que provenía (no lo nombra, claro) del genio de Peter Gabriel. Las
líneas de este diálogo son reveladoras. El Génesis de Phil Collins
resulta tan aburrido como el mismo Patrick a quien, en otro acierto de los
pocos de Harron, nadie asocia con su nombre, ni siquiera su propio
abogado.
Por último, la película que gira alrededor de una generación y un
país corrompido en los años ‘80 cierra su metraje con una canción de
los ’90 de un compositor inglés (Something in the air, de David
Bowie). Una canción que de todas formas recuerda los ritmos de la década
anterior. Igual que esta película, que tal vez hubiera sido interesante
en los '80, pero llega tarde y no plantea ni una sola transgresión.
Eugenia
Guevara
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