En El protegido los destinos de dos hombres se cruzan. La sacrificada existencia de un negro (Samuel L. Jackson) que sufre una rara enfermedad de los huesos, vive quebrándose y estrenando modernos aparatos que lo asisten, y la monótona vida de un blanco (Bruce Willis), ex jugador de fútbol americano que se desempeña como guardia de seguridad en un estadio de ese deporte. A raíz de una catástrofe ferroviaria de la que el blanco es el único sobreviviente, el negro, obsesionado con la posible existencia de superhéroes como los de las historietas que lo acompañaron durante toda su vida de semi-invalidez, toma contacto con él. Quiere convencerlo de que posee poderes sobrenaturales. Lamentablemente, lo consigue. El blanco se cree lo del superhéroe y la ridiculez alcanza picos insospechados cuando deambula por las calles con cara de "sé lo que hicieron hace tres cuartos de hora", enfundado en una capa impermeable, tratando de diferenciar a las personas buenas de las malas.

A partir del mencionado encuentro se desarrolla una historia fantástica sustentada en un guión aleccionador, infantil –no por ello exento de pretendida madurez–, completamente inverosímil.

Cerca del final, el director Night Shyamalan vuelve sobre la fórmula de la vuelta de tuerca que ya le había redituado tanto en Sexto sentido. Sólo que, esta vez, apenas si provoca tedio.