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PLATFORM
(Zhantai)
China,
2000 |
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Dirigida por Jia Zhang-ke, con Wang Hong-wei, Zhao Tao, Lian Jing-dong, Yang Tian-yi.
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El espectador de cine sufre hoy la crisis de muchas maneras. Un criterio
mercantilista inexcusable es el motivo por el cual últimamente vemos
estrenos de películas ya pasadas a formato de video... de paupérrima
calidad visual. Fue el caso de Escenas frente al mar, Hegwig
y ahora la china Platform, ganadora del Festival de Cine
Independiente de Buenos Aires en 2001 (entre otros premios). Estas
versiones han virado los colores, perdido definición y recortan buena
parte del cuadro, todo lo cual resulta una falta de respeto a la propia
obra y al espectador. Cuesta creer que el director haya aprobado el
estreno de lo que queda de su film. Es lamentable, pero más aun lo es la
noticia de que su distribuidora, Primer Plano Film Group, que en los
últimos años supo presentar un puñado de joyas del cine independiente
–europeo y oriental–, anunció la suspensión de estrenos para lo que
resta del 2002. Es decir que el mercado se sigue reduciendo a las grandes
compañías de Hollywood que cuentan con recursos para afrontar la crisis;
a los estrenos nacionales y a la aventura de algún distribuidor
independiente y valiente, que aún existe.
Platform es un largo fresco coral sobre la transformación cultural
en la China de los ‘80, el retrato fragmentado de una sociedad en plena
transición. Los personajes-grupo son miembros de un centro cultural en un
pueblo rural del norte, que se dedican al teatro y la música y debaten
sobre política. La película está compuesta por una serie de viñetas de
situaciones de los personajes, casi todas ellas filmadas con el criterio
de una escena/una toma. Los episodios presentan a una pareja indecisa, la
relación entre los miembros del conjunto musical, la evolución del
grupo, y no guardan una necesaria relación orgánica entre sí.
Lentamente pasan las estaciones y la vida en ese pueblo primitivo, opaco,
donde los únicos vehículos motorizados son algún camión oficial, una
moto, o un tractor con acoplado que sirve de transporte. El director se
aparta de las normas clásicas: las secuencias no tienen una sucesión
lineal, hay elipsis por aquí y allá, los personajes principales
desaparecen para reaparecer más tarde, el trascurso del tiempo no está
explicitado. Con el paso de los años, las acciones van transformándose y
la ortodoxia se flexibiliza: los músicos incorporan cada vez más música
occidental, la ropa y el peinado también se modernizan siguiendo las
pautas de este lado del mundo, caen ciertos políticos del régimen y
otros son rehabilitados públicamente. La sociedad se aburguesa, e incluso
el conjunto musical termina privatizado. La China de Mao ha experimentado
la conversión al capitalismo.
Sería muy limitado –diría que no tiene sentido– hacer una
crítica de los aspectos formales del film, debido a su espantoso pasaje a
video. Lo más serio es que el director juega permanentemente con los
espacios donde actúan los personajes, y ese trabajo está bastardeado en
la copia que se exhibe en Buenos Aires. Por ejemplo, la pareja en crisis
suele estar filmada con un joven en cada extremo del cuadro, y al haberse videizado
tan mal, el cuadro se achica y los recorta por la mitad, quedando a veces
directamente fuera de campo. La distancia objetiva también se siente en
los planos generales de la pareja o en la ausencia de primeros planos,
manteniendo al espectador emocionalmente alejado. Pero estos recursos
técnicos, como también el uso de la luz, han quedado absolutamente
degradados. Para no hablar de las rayas y los saltos en la proyección. Lo
que podría ser una película muy interesante sobre un momento histórico
clave, cuyas consecuencias aún están por venir, se transforma en una
experiencia visual de las más engorrosas.
Jia Zhang-ke pertenece a la nueva generación de cineastas chinos que
indagan en la historia de su país, siguiendo los pasos de Hou
Hsiao-hsien. En su film el peso cultural presiona sobre los personajes: lo
público está intrínsecamente unido a lo privado y no hay distancia
entre afecto y trabajo; cada joven cumple una función política o social,
y las letras de sus canciones se refieren todas a la patria, el suelo, la
sociedad, etc. El film –de dos horas y media– se detiene en la
banalidad de lo cotidiano, el vagabundeo sin rumbo de los personajes que,
como el país, están cambiando, aunque nadie sabe hacia qué, o hacia
dónde.
Josefina Sartora
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