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LIMITE VERTICAL
(Vertical Limit)

Estados Unidos, 2000


Dirigida por Martin Campbell, con
Chris O'Donnell, Bill Paxton, Robin Tunney, Scott Glenn, Izabella Scorupco, Temuera Morrison.



El comienzo es espectacular. Vean ustedes: un hombre maduro escala junto a sus dos hijos el último tramo de una pared de roca vertical, altísima, integrada a un imponente macizo granítico. La destreza escaladora del terceto está probada por la precisión y verosimilitud de sus maniobras, pero también porque lejos de preocuparse, apurarse o tan siquiera transpirar, juegan alegremente al tutti-frutti. En eso cae una mochila (como del cielo) que les pasa raspando. Tremendo susto. Es la mochila de una cordada de escaladores amateurs, los cuales se desploman tambíen, arrastrando en su caída a nuestros envidiables jugadores de tutti-frutti. Esto acaba de empezar y ya tenemos a 5 hombres colgando, a un par de metros de la pared, sobre un precipicio insondable. Gran tensión. Los amateurs se sueltan, caen. Sólo quedan nuestros tres. Tensa calma. La leva que sostiene la soga de la que cuelgan empieza a correrse. El padre, que es quien está más abajo, le exige al hijo que corte la soga con su navaja. La ecuación es simple: de ese modo habrá un muerto; si no la corta, tres. La hija, más arriba, rechaza con fuerza esta idea. Todo está tan bien filmado (en un sentido integral: puesto en escena, montado, musicalizado) que no sólo ellos ahora sí transpiran, sino también el público, y no importa que la sala esté refrigerada.

El impecable acto inicial cede la posta a otro, ambientado en los picos nevados del Himalaya tres años después de la tragedia referida. Las imágenes siguen siendo espectaculares. Y reales: bien fotografiadas, las montañas de este mundo todavía son mil veces más conmovedoras que las generadas por computadora. El drama se empieza a plantear: Peter (Chris O'Donnell), que no ha vuelto a enfrentar una pared de aquellas desde el episodio de la soga, está allí como fotógrafo del National Geographic. Su hermana Annie (Robin Tunney), que cada día escala mejor, también está entre esas nieves, y se dispone a conquistar el K2 (segundo pico en altura y primero en peligrosidad del planeta) junto a un magnate excéntrico (Bill Paxton), gran alpinista también, que planificó la escalada como parte de una ambiciosa campaña de marketing empresarial.

Cuando escuché "magnate" y "marketing" me dije: ¡ay, la que se nos viene!

No se nos viene enseguida, ya que este segundo tramo todavía depara un par de golpes y emociones fuertes, encuadrados dentro de esa saludable y tan poco transitada fuente de tensiones que es la conquista de la Naturaleza por el Hombre. Pero se nos viene. Y el problema no es que la compulsa con las fuerzas naturales sea progresivamente reemplazada por otra, entre los hombres, sino que a esta le falta todo el vigor y el encanto de que hacían gala las imágenes inaugurales. La perfidia del ricachón, su impaciencia por trepar a cualquier precio (con las consecuentes peleas y accidentes que obviamente desencadena) distan de ser los únicos rasgos que Límite vertical esboza con mortal anticipación. No hay profecía, por opaca y previsible, que haya faltado a la cita: desde los vientos huracanados hasta el salto de Peter (llamado a superar su culpa saliendo en rescate de su hermana), pasando por los movimientos de cada uno de los personajes secundarios y por los choques y enfrentamientos que sostienen, todo se nos preanuncia poco menos que a los gritos.

No es increíble, pero sí muy llamativa la "coherencia" con que los pequeños y medianos detalles formales acompañan el derrumbe argumental. La avalancha de clisés que es la más impresionante de las que se ven arrasa con la destreza de los hermanos y otros supuestos escaladores profesionales, ya que el guión, sediento de conflictos infantiles, los obliga a dar la espalda a las normas más elementales del alpinismo. Hay quienes pisan sus propias cuerdas con filosos grampones, otros que se asoman a cornisas imposibles sin asegurarse, varios que se sacan los guantes como si nada (¡con 40 grados bajo cero!) y hasta uno que escucha impávido, sin atinar a moverse, el rumor de una inmensa bola de nieve que termina pasándole por encima.

Muy esporádicamente, ciertas emociones propias de la alta montaña vuelven a colarse en el relato. No ocurre lo mismo con la materia puramente dramática, que no sólo se degrada sin solución de continuidad, sino que da lugar a un penoso, virtualmente inacabable estiramiento temporal (esto dura 123 minutos).

Guillermo Ravaschino     


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