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LETRAS PROHIBIDAS: LA LEYENDA DEL MARQUES DE SADE
(Quills)

Inglaterra, 2000


Dirigida por
Philip Kaufman, con Geoffrey Rush, Kate Winslet, Joaquin Phoenix, Michael Caine, Billie Whitelaw, Amelia Warner.



A Philip Kaufman le gusta la literatura. La insoportable levedad del ser, Henry & June y, ahora, Letras prohibidas: la leyenda del Marqués de Sade lo demuestran. Estas tres películas encuentran en lo erótico un elemento fundamental. En la primera, Kaufman resalta la infidelidad compulsiva del Tomás creado por Kundera. En la segunda, se centra en un episodio de la vida del escritor Henry Miller y retrata el triángulo que conformó con su esposa, June, y la escritora Anaïs Nin. En la última, basada en los hipotéticos últimos días del marqués Donatien Alphonse François de Sade, Kaufman se muestra más conservador que nunca. Y es extraño, ya que esta vez su olfato literario lo llevó nada menos que hasta las puertas de ese infierno de sexo y crueldad que popularizó al Marqués. Pero el film apenas si golpea a esas puertas, jamás consigue atravesarlas.

En Letras prohibidas... hay dos núcleos a partir de los cuales se desarrolla la acción. Uno es la estancia del Marqués (Geoffrey Rush) en el hospicio de Charenton. Allí, rodeado de dementes y estimulado por el abate (Joaquin Phoenix) que dirige la institiución, Sade escribe sus historias de mujeres desnudas y miembros voraces. El otro núcleo se desprende de aquel, y gira en torno de los sentimientos que todos (Sade, dementes y abate) experimentan hacia la lavandera virgen del hospicio llamada Madeleine (Kate Winslet), primera y ávida lectora de los manuscritos del Marqués y responsable de que éstos lleguen a manos de su editor. Cuando una de las obras del Marqués ("Justine o los infortunios de la virtud") es publicada, Napoleón, enojado, envía a Charenton a un médico (Michael Caine) famoso por sus violentos métodos de "rehabilitación" para que ponga orden.

Si Kaufman se hubiera centrado en estos dos núcleos la película no habría sido del todo mala. Sin embargo, se escapa para desarrollar otras cuestiones y conductas que en realidad no interesan a nadie. Por ejemplo, la afición a los libros libertinos de Sade de la joven mujer del doctor, que deriva en una decisión pragmática, forzada e inverosímil de la tierna muchachita.

Las actuaciones de Michael Caine y Geoffrey Rush están reprimidas; la de Joaquin Phoenix, llena de tics. Kate Winslet es la mismísima Rose de Titanic. Lo que resulta francamente patético son unos cuantos momentos en los que su rostro aparece en pantalla acompañado por una musicalización que es casi idéntica a la de la película de Cameron.

Todo esto no impide que esta película ofrezca una escena antológica. Bien montada, bien guionada, bien actuada (párrafo aparte merecerían los dementes de Charenton, excelentes actores, expresivos y creíbles), logra provocar carcajadas sinceras. Sin entrar en demasiados detalles, diremos que es aquella en la que el Marques decide dictarle a Rose, una última vez, un cuento impuro. Lástima que dure tan poco.

Más allá de los errores o las ambigüedades temporales con respecto a la biografía de Sade, de la deslucida puesta en escena, del final poco inteligente con el que Kaufman termina de condenarse, lo más grave es su nulo compromiso con la historia que tomó en sus manos. Su tibieza a la hora de retratar a un hombre que pasó 30 años de su vida prisionero y que al morir fue sepultado en una tumba sin nombre, porque su familia se avergonzaba de él. Todo, por una única razón: haber expresado con fidelidad aquello en lo que creía.

Eugenia Guevara     


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