En la excelente Team
America: policía mundial, de los incorregibles Trey Parker y Matt Stone
(creadores de esa delicia que es South Park, tanto en teleserie como
en película), suena una canción horrible, de esas bien ochentosas, que en
una parte de su letra se pregunta: "¿por qué Michael Bay sigue filmando?".
Tal vez la única respuesta posible sea que dentro de un sistema que mide los
logros por el rendimiento económico, sus productos dan en el blanco con una
fórmula bien clara: actores conocidos tanto en los protagónicos como en los
secundarios, ideas a priori interesantes y una puesta en escena que
no escatima recursos a la hora de ejecutar secuencias de acción. Por otra
parte su estilo visual –brioso, inquieto– es bien reconocible, y se podría
llegar a certificar que se trata de uno de los pocos directores que se han
dedicado de lleno al cine de acción en los últimos años. Sin embargo la
pregunta sigue sin respuesta porque apunta a otro lado: si los resultados
cinematográficos en casi todos los casos han sido catastróficos (recordar
Armageddon, Pearl Harbor y Bad Boys 2), y La isla
no constituye la excepción, entonces: ¿por qué sigue filmando?
Primero hay
que reconocer que esta vez, por algo más de media hora, Bay consigue
engañarnos un poco –un poquito nada más–. Si hasta parecía que quería
contarnos algo en serio. La película sigue a Lincoln Six Echo (Ewan
McGregor) a través de los pasadizos de una comunidad ultra aséptica que
permanece recluida en un edificio futurista a salvo de la contaminación
ambiental externa. Se supone que algo terrible sucedió, y los pocos
sobrevivientes se encuentran conviviendo bajo estrictas normas de conducta:
por ejemplo, no puede haber un contacto excesivo entre hombres y mujeres.
Algo tensiona el clima de esa sociedad, y es el sorteo que les permite
viajar a La isla, un lugar que se promete paradisíaco y al que todos anhelan
llegar. Pero el curioso Lincoln necesita conocer, entender, comprender qué
es lo que pasa. Y el camino de la duda lo conducirá hacia una horrible
verdad que tiene en humanos clonados su secreto mejor guardado, arrastrando
con él a Jordan Two Delta (Scarlett Johansson). Y no revelaremos nada más.
Como
decíamos, estos tramos son sin dudas los más inquietantes de La isla,
claro que dentro de resultados discretos. Nada más alcanza con que Bay no
mueva tanto la cámara, nos brinde información en cuentagotas y siga a su
personaje para crear un leve clima de misterio. El punto de vista del
chusma metido en líos funciona un rato, ayudado por un McGregor exacto y
siempre con timing para corresponder el nervio del personaje con los
deseos del espectador. Por cierto que si uno presta un poco de atención
notará diversas similitudes narrativas con The Truman Show, Blade
Runner, y resoluciones visuales que evocan Coma o Minority
Report, y es ahí cuando el film empieza a trastabillar. Todo se vio
antes... y mejor, y es poco lo que aquí se agrega al terreno de la ciencia
ficción paranoica.
Pero en
La isla todo se termina por desbarrancar cuando los diversos velos de la
trama ceden, y nos queda el simple juego del gato y el ratón resuelto a lo
Michael Bay. Ahí es cuando el director saca a relucir toda su artillería
(pesada) y nos marea con sus escenas de acción supuestamente intensas, en
donde se limita a utilizar planos que no duran más de un segundo y a mover
la cámara como si fuera epiléptico. El artífice de Armageddon es de
esos que suponen que el ritmo está dado por la cantidad de cortes y no por
lo que ocurra dentro del cuadro: de más está decir que sin una historia que
atrape y sin personajes que se supongan humanos no existe nervio ni
preocupación por lo que suceda en la pantalla, y todo se reduce a un tedio
general. La incapacidad para generar personajes creíbles es, sí, increíble.
Si hay algo
para rescatar de este film es que el director se muestra mucho menos
fascista que en anteriores oportunidades, tal vez porque este no es un
producto de su otrora socio Jerry Bruckheimer. Aquí se anima a cuestionar un
orden establecido, comenta que el negocio verdadero es organizar matanzas y
hasta un personaje dice que el presidente de los Estados Unidos, que aparece
en el televisor con un aspecto muy bushiano, es un verdadero
"estúpido". Y aunque todo esto no alcanza, no deja de ser un avance para
quien en Bad Boys 2 había inventado el cine "afro-facho".
Claro que
ser "mucho menos fascista" no equivale a no serlo. Sólo que esta vez su
visión reaccionaria de la vida está un poco más diluida. El núcleo
argumental vendría a desarrollar el problema de intentar jugar a ser Dios
(bueno es aclarar que Dios se cuela en varias líneas de diálogo de la
película). Y pobre del que no crea en Dios. Es decir: se pueden cuestionar
otro tipo de dominaciones, pero nunca la religiosa, puesto que equivale al
sistema que hemos elegido como molde para nuestras fantasías cinéticas. El
sexo en el mundo irreal que se nos traza está impedido; y en el otro, el
verdadero, se prefiere no mostrarlo, con lo que se acaba siendo más casto y
mucho menos vivo y provocador de lo que se suponía. A Dios rogando...
Pero por
supuesto que el costado imperialista de Bay tarde o temprano aparece:
por un lado porque el universo que plantea la película se reduce a los
Estados Unidos de una manera explícita, y además por la forma que tiene de
filmar las escenas de acción. Estas hacen recordar a las tropas
estadounidenses avanzando: gran demostración de elementos mecánicos, armas a
cuáles más grandes, vehículos estrambóticos. Un poderío que tira toda la
carne al asador, apabulla y ensordece... sin generar emoción. Algo fofo y
muerto. Encima la única secuencia lograda, la de la persecución en auto con
los carretes metálicos destrozando todo a su paso, parece un calco de otra
protagonizada por Will Smith y Martin Lawrence.
Y para que
el mejunje termine de completarse, como en Pearl Harbor o
Armageddon, hacen falta los momentos románticos y el personaje
secundario gracioso. Lo primero se resuelve con un par de planos lindos,
con los actores como en cámara lenta y una luz fuerte y brillosa, clisé
grasa de publicidad de tarjeta de crédito si los hay; y lo segundo queda a
cargo de Steve Buscemi y una serie de chistes malos. Ciertamente el
personaje de Buscemi está entre lo peor de la película, puesto que el humor
no encaja bajo ningún punto de vista en esta historia que trasunta seriedad
ya a partir de su premisa paranoide desprovista de gracia.
Para el
final, paradojas de La isla. Uno de los personajes intenta
explicarles a McGregor y Johansson su verdadero destino, y les dice que en
realidad ellos no son más que mercancías de sus propios dueños. Y en ese
mismo momento el plano conjunto muestra a la pareja protagónica debajo del
cartel de una conocida marca de cerveza (uno de los tantos chivos que
aparecen). ¿Chiste involuntario? Por otra parte, en una película en la que
se habla de clones, son muchas las ideas que se clonan de otros films.
Michael Bay continúa preso de sus formas, y su ¿cine? se empequeñece cada
vez más. Y eso que esta es de las mejores que hizo. Pero tranquilos, que el
muchacho seguirá filmando. Y quién sabe: algún día quizá realice algo
interesante.
Mauricio Faliero
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