Hay
personajes cinematográficos que, por su carácter icónico, adquieren una
dimensión de atemporalidad, una capacidad para trascender años, décadas,
cimentándose en la imaginación de millones de espectadores. Uno de ellos es
Indiana Jones, creado por el cerebro de George Lucas –discreto cineasta pero
gran inventor de criaturas, mundos, conceptos– y llevado a la pantalla
grande por ese notable narrador que fue y sigue siendo Steven Spielberg.
Pues bien: luego de veinte
años de ausencia, el retorno de Indiana Jones, en su cuarta aventura, viene
a confirmar su aura férrea, inoxidable. Vuelve a repetirse esa sensación de
que todos los clisés, convenciones y lugares comunes del cine de aventuras
que supo condensar cada episodio sólo tuvieron el propósito de acrecentar su
figura, que ha pasado a constituir el emblema del cine de aventuras, no sólo
de los últimos treinta años, sino quizá de toda la historia del cine.
El relato arranca, como
siempre en esta saga, in media res, en plena acción, obligando otra
vez al público a acomodarse rápidamente, a adquirir una actitud activa.
Ahora nos encontramos en 1957, en plena Guerra Fría: los rusos han
conseguido entrar en los Estados Unidos, más precisamente en una base
secreta, con el objetivo de apoderarse de un artefacto que –ambicionan–
podría llevarlos a la Calavera de Cristal, de allí a la legendaria ciudad
amazónica de El Dorado y, finalmente, a la conquista de un conocimiento
supremo, de tinte paranormal y esotérico, que les daría el control del
mundo, imponiéndose a los yanquis. Los comanda una mujer, Irina Spalko
(impecable Cate Blanchett), que funciona como firme contrapunto de Indiana
Jones (Harrison Ford, obviamente).
Si en La última cruzada
Indiana estaba posicionado como hijo, teniendo que lidiar con un padre que
no lo reconocía apropiadamente, aquí, ya en edad avanzada, aprenderá
a convertirse en padre y mentor. Se reencuentra con Marion Ravenwood (Karen
Allen retomando su papel de Los cazadores del Arca Perdida), quien
aparece sorpresivamente con un hijo, Mutt Williams (Shia LaBeouf, un
muchacho que demuestra gran talento para la comedia física), que podría
–quizá, quien sabe– ser el tercero de la estirpe Jones. Así, El reino de
la Calavera de Cristal va delineándose por momentos como una comedia
familiar y de rematrimonio, con personajes reuniéndose tras veinte años que
no pasaron en vano, o conociéndose abruptamente, a través de circunstancias
fortuitas, en el medio de la acción, entablando en tiempos breves lazos
indestructibles.
¿Ofrece Steven Spielberg
algo original en esta cuarta entrega? No, lo cual no equivale a decir que la
película está mal, sino lo contrario. El director de Jurassic Park y
Atrápame si puedes es alguien capaz de narrar con enorme fluidez,
apelando al montaje dentro del plano antes que a través de la edición.
Consigue así algunas de las mejores secuencias de acción de los últimos
años, gracias a un despliegue físico y coreográfico tan preciso como
alocado, donde todo funciona estupendamente, demostrando que, cuando quiere,
Hollywood es como un relojito suizo con un timing perfecto.
En medio de todos los
acontecimientos (uno más increíble que el otro), el “niño" Steven vuelve a
confirmar que sus películas no deben analizarse con simplismo; que en su
filmografía pueden fusionarse armoniosamente la fantasía más absoluta con
fuertes referencias políticas. De ahí que nos ponga frente a una impactante
explosión atómica; al FBI persiguiendo a Indiana, creyéndolo comunista a la
primera de cambio; al ámbito universitario, que resulta invadido por la
paranoia más absoluta. Una vez más, como en Guerra de los mundos y
La terminal, Spielberg vuelve a configurar un discurso ficcional que
resuena –más bien retumba– en lo real.
Pero, por sobre todo, se
impone la aventura. El Reino de la Calavera de Cristal es, como toda
la saga, un refugio contra los males del universo. Un lugar de puro vértigo,
donde el espectador está hombro a hombro con el héroe, pero,
paradójicamente, se siente seguro, sabedor de que nada malo puede pasarle.
Porque aunque esté canoso, lo traten de viejo y lo muelan a piñas, Indiana
sigue demostrando que puede levantarse y contestar a su manera: con la mente
y el cuerpo.
Rodrigo Seijas
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