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FUERA DEL MUNDO
(Fuori Dal Mondo)

Italia, 1999


Dirigida por Giuseppe Piccioni, con Margherita Buy, Silvio Orlando, Carolina Freschi, Maria Cristina Minerva, Sonia Gessner, Stefano Abbati.



Hay un bebé que es el punto de partida y, al mismo tiempo, una excusa sin importancia para contar una historia sobre la soledad. Esa criatura recién nacida y abandonada en una plaza pública de Milán será la encargada de unir a los personajes, de despertar sus sentimientos y de provocar cambios en sus formas de vivir. El niño no tiene poderes mágicos, pero los otros protagonistas –una religiosa y un hombre sencillo– intuyen la presencia de una comunión con él, una suerte de relación profunda que los lleva a replantear sus propias existencias. Cómo esta trinidad puede sobrevivir "fuera del mundo" es lo que el film de Giuseppe Piccioni se propone investigar.

Inicialmente Piccioni esquiva los sentimentalismos burdos y las conclusiones apresuradas a las que parecía condenada de antemano una historia como esta, en la que una monja pocos meses antes de tomar los votos perpetuos encuentra a un niño y se enfrenta a sus propios instintos maternales. Y se concentra, en cambio, en los personajes. Personajes que según su propia definición viven "fuera del mundo", o creando sus propios universos cerrados, inaccesibles para los demás. Así son los protagonistas, equivocados o no. Caterina, una monja demasiado segura que irá mostrando sus debilidades, y Ernesto, un hombre solo y triste que ya no espera nada de la vida. Ellos se verán relacionados a causa del niño, y en esa amistad encontrarán algo que creían perdido o que ni siquiera sabían que existía. Es mérito de Piccioni no juzgar a sus criaturas. El director y guionista las deja ser, cambiar, dudar y cometer errores.

Los personajes se esconden dentro de sus uniformes. Es por eso que, cuando Caterina decide enfrentar sus sentimientos, se quita los hábitos. Es por eso que Ernesto no sabe nada de sus empleadas de la lavandería mientras están en ropas de trabajo, y tiene que imaginárselas vestidas de civil para poder verlas como personas. También es por eso que Ernesto no usa uniforme, aunque sea el dueño. Para bien o para mal, él es como lo vemos: serio, triste, autoritario y obsesivo. La lista de uniformes (y sentimientos encubiertos) podría continuar.

Los detalles formales también dan cuenta de lo que se nos quiere narrar. La mayor parte de los diálogos que desnudan a Caterina, Ernesto y la madre de Caterina (cuando le confiesa a su hija por carta todo lo que sintió la noche de su ingreso en el convento) están dichos fuera de campo, como si provinieran del más allá.

Sin embargo, hay elementos que conspiran contra las buenas intenciones del director y la correcta resolución de los personajes principales. Como la pobremente delineada pareja que conforman Teresa (la mamá del chico) y su novio, Gabrielle; la banda musical, absolutamente insufrible, y la poca pasión que transmiten muchas de las escenas, que parecen ocultar los sentimientos tanto como los protagonistas, o haber archivado en un cajón las expectativas mundanas, los matices y los climas. Tampoco ayuda la deslucida actuación de Margherita Buy al lado de un entrañable Silvio Orlando, ni la dificultad del realizador para atravesar la corteza con la cámara.

Eugenia Guevara