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BELLAMY

Francia, 2009


Dirigida por Claude Chabrol, con Gérard Depardieu, Clovis Cornillac, Jacques Gamblin, Marie Bunel, Vahina Giocante, Marie Matheron, Yves Verhoeven, Adrienne Pauly.



Hace ya casi quince años, cuando el estreno de La ceremonia, acaso la última gran película de  Claude Chabrol, un crítico francés dijo de ella: “La mayor virtud de la película es que su director parece desaparecer tras lo que revela, dejando en manos de la dirección la única función de colocarnos frente al mundo que construye. No tiene ninguna necesidad de exhibirse puesto que está omnipresente en la película sólo con la fuerza de su creencia en el cine.” Thierry Jousse no se pone a explicar aquí exactamente qué es lo que debemos entender por “creencia”, pero resalta una característica de la carrera de Chabrol, signada por una producción continua y casi seriada de películas, un poco al modo del repetitivo Woody Allen, que lo acerca más a la idea de un artesano que de un Artista con mayúscula. Esto no deja de ser interesante porque pone el acento en la importancia individual, relativa y contingente de las películas por sobre la del autor, idolatrado tantas veces como deidad infalible.

Esa especie de apuesta por el perfil bajo, por la modestia (muchas veces falsa en el caso particular de Chabrol) es incluso más fascinante, como concepto, que las propias películas de Chabrol en cuanto tales. Otro crítico francés, también cineasta, lo expreso con claridad: “De haber hecho acaso mejores películas (…) Chabrol hubiese procedido de modo ejemplar: deslizándose entre el pasado y el presente, entre la cinefilia y la práctica, entre los momentos de gracia y dinamismo; atravesando los géneros, ha jugado el juego, se ha puesto al servicio del cine de su época en vez de dedicarse a modelarlo a su imagen.” Después, Olivier Assayas concluía con una especie de manifiesto, construido paradójicamente a partir del programa de Chabrol más que de los resultados de sus películas, en el que afirmaba: “Ser cineasta es eso, es ser respetuoso con las contingencias. Tener en cuenta la economía y tener en cuenta al público sigue siendo todavía la mejor manera de pertenecer a la propia época.”

¿Por qué entonces las películas de Chabrol, y también ésta, parecen tan viejas, tan rancias, tan anacrónicas, tan sosas, tan desabridas? Si continúa teniendo en cuenta al público, ¿cuál es este público hoy? Bellamy está basada en un caso real; Chabrol sigue estando atento como siempre a la construcción psicológica de los personajes –a la manera de un Clouzot más que de un Hitchcock– como herramienta para describir y descubrir un medio social y las diferencias de clase, continua valiéndose del policial para exhibir la preponderancia del dinero como motor individual y comunitario, etc., etc., etc. Nada de esto consigue, sin embargo, interesarnos más que superficialmente. Y no es que andemos buscándole el pelo al huevo del lenguaje cinematográfico propiamente dicho, porque si no tendríamos que hablar de los espantosos flashbacks que arruinan lo poco de interesante que ofrecía el flujo narrativo inicialmente. Lo mejor de esta anécdota fílmica sobre un detective de vacaciones que no puede distanciarse de su obsesiva pasión laboral, y menos aun de las tensiones familiares ni de sí mismo, es Gérard Depardieu.

Como sucede a menudo –pienso en las recientes Dani, un tipo de suerte con Juliette Binoche y Deception con Hugh Jackman–, la presencia de un actor (o más bien de un hombre, de una mujer, porque eso es lo que se percibe allí) es más importante que la película en cuestión. Ella misma vale nada más que como vehículo para un cuerpo, como registro de su energía, movimiento o mero estar ante la cámara. Y no por culpa de un ego voraz que vaya en detrimento del film, sino por la escasa tensión de su entramado estético o el flojo interés de su relato, lo cual resulta en que acabe supeditándose involuntariamente a la energía de quien lo protagoniza. A esta altura de su carrera, el descomunal Depardieu es tan gozoso de ver como el también robusto Michel Piccoli (más en Belle Toujours que en Jardines en otoño), no importa qué papel hagan o qué director los filme. Ya es patrimonio de estos intérpretes la película y el cine mismo. Pero para no ponerme esotérico cual crítico francés, la corto diciéndoles que por Gérard Depardieu, tan sólo por él, vale la pena ver Bellamy.

Marcos Vieytes      

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