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ANITA NO PIERDE EL TREN

España, 2000


Dirigida por Ventura Pons, con Rosa María Sardá, José Coronado, María Barranco, Jordi Dauder, Roger Coma, Albert Forner.



Ventura Pons es uno de los más importantes directores catalanes. Sin embargo, y excluyendo una retrospectiva completa de su obra realizada años atrás en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, su filmografía es poco conocida en la Argentina. Anita no pierde el tren ofrece la oportunidad de acercarse a su cine. Aunque no es, en absoluto, su mejor exponente.

Se trata de una comedia dramática protagonizada por una mujer que, después de treinta y cinco años de trabajar como “taquillera” (léase: encargada de la boletería, quien vende las entradas del cine), es obligada a jubilarse. Sin previo aviso y algo engañada, regresa de sus vacaciones y se encuentra con que el cine de barrio en el que ha pasado su vida fue derribado para construir un moderno complejo de multisalas en el que no tendrá cabida.

Anita (Rosa María Sardá) aprendió a ver el mundo a través de las películas y de la gente que concurría a la sala y, aunque hubiese preferido ser actriz, no deja de resaltar las bondades de ser taquillera. Le gusta su trabajo y no quiere cambiar su rutina, así que casi sin darse cuenta comienza a concurrir diariamente al descampado donde ahora un grupo de obreros construye sin parar. Como Anita misma declara, es “el primer año de una nueva era” porque “el excavador ha entrado en mi vida”. En este punto se sitúa el comienzo de la narración, en el que el personaje da pie al flashback que relatará su encuentro amoroso con un fornido obrero de la construcción.

El film apunta principalmente a la comicidad y a la complicidad con el espectador. Y en este plan, no todos los recursos son efectivos. Resultan graciosas algunas conductas de Anita, ciertos diálogos con su vecina, sus apuntes sobre ser taquillera o sobre los tipos de público que visitaba el cine. Pero también cae en varios lugares comunes.

Igualmente recurrentes son los sueños y pesadillas y las situaciones que ocurren sólo en la imaginación de la protagonista. La relación misma con el obrero por momentos parece fruto de su mente y carece de interés, ya que éste casi no emite palabra y la información a la que accedemos está filtrada por los ojos de Anita. Asistimos a la módica revelación de que él “es un hombre casado”, y a los encuentros sexuales que se repiten cada noche. El recurso de mirar y hablar a cámara para referirse directamente al espectador puede ser novedoso y acertado una, dos, tres veces... después ya no. Sobre el final, vuelve a aflorar la pasión de Anita por el cine y pasa de querer asumir el rol de “la amante” y tramar una venganza, a pensar en perseguir al excavador de construcción en construcción, y hasta se convertirá en la Greta Garbo española para un “The End” a puro romance.

Finalmente, la película concluye en un tono menos delirante, más emotivo y terrenal. A esta altura resultan evidentes, aunque no por ello menos ciertas, las reflexiones que sobrevolaban al film sobre el amor, el trabajo y las oportunidades de volver a empezar después de los cincuenta (“no perder el tren”: no dejar pasar la oportunidad, de allí el título). En este sentido, la actuación de Rosa María Sardá es muy convincente, impecable. Sin ella, Anita no pierde el tren hubiera perdido a uno de sus mayores –si no el mayor– de sus atractivos.

Yvonne Yolis      


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