Lujoso departamento de una ciudad que debería ser
Manhattan (la cámara de Sir Alfred Hitchcock no saldrá de alli). En la espera de los
comensales para una cena informal aunque elegante, dos amigos ahorcan a un compañero de
la universidad. Como lo hacen por puro placer para sentir la "emoción del criminal", la
adrenalina, esconden al cadáver en un baúl que quedará a la vista de todos. El
juego consistirá en engatuzar a los invitados y comer como si nada, disfrutando la velada
con sibarítica perversión. Claro que entre los que llegan está el profesor Rupert
Cadell (ese es Jimmy Stewart), un hombre al que no se le escapa ningún detalle...Realizada en 1948, esta es la primera película en colores de
Hitchcock. Lejos de conformarse con dicha novedad, el Maestro se empeñó en otra muchos
menos módica: narrar un largometraje íntegro con un solo plano. Por cierto que lo
concretó: la cámara se echó a andar media docena de veces (los rollos de cine, por
entonces, no permitían rodar más de doce minutos seguidos) y las tomas fueron empalmadas
por ocultamiento (por ejemplo, al pasar la cámara tras el traje oscuro de
un personaje) para disimular los cortes. Más allá del virtuosismo, el artificio
contribuye a exacerbar la claustrofobia y el aire opresivo de las imágenes. Una cámara
inquieta, cuyos periplos fueron minuciosamente calculados, induce a sumergirse simplemente
en el relato, disimulando paradójicamente su presencia como mecanismo del cine.
Un festival interpretativo al que se suman John Dall
y Farley Granger, deliciosas líneas de diálogo y una puesta en escena memorable coronan
la propuesta.
Guillermo Ravaschino
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